CAMALEON

En 1929 el todopoderoso ex presidente Plutarco Elías Calles promovió la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) para inaugurar en México el ciclo de las instituciones e instaurar el dominio de la Ley en vez del predominio de los hombres fuertes; atendieron a esa convocatoria altos mandos militares, caciques, “hombres fuertes”, partidos regionales y organizaciones sindicales para dar a luz al PNR. Nueve años después, en 1938, hubo un cambio de PNR al Partido de la Revolución Mexicana (PRM), impulsado por Lázaro Cárdenas, que, a su vez, dio paso al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1946, ambos cambios con hombres diferentes, pero con el mismo fundamento teórico de sus antecesores.

Se consolidaba la fusión Partido-gobierno, lo cual auspició una larga era de hegemonía priista, pues desde 1946 gobernó al país hasta 2000, cuando el PAN (1939), un partido históricamente opositor al PRI, ganó la presidencia. Ya en este siglo sobrevino un interregno presidencial panista (2000-2012) pero el PRI volvió a la presidencia, para una muy transitoria restauración (2012-2018), porque en 2018 un Movimiento social con partido político emergente (MORENA), los derrotó a ambos, originando una correlación de fuerzas políticas muy diferente, pues el PAN está constituido en partido de oposición por excelencia, como está en su genética, pues en esa condición tiene comprobada experiencia, y un PRI, cuyas lamentables condiciones existenciales lo están orillando, en aras de sobrevivencia, a convertirse en un partido aliancista adherido como lapa a Morena, antes de desaparecer del mapa político mexicano.

Triste final, al que no debe someterse a una institución cuya trayectoria está íntimamente ligada a la historia de este país. ¿Qué historiógrafo pudiera prescindir del PRI como punto de partida para explicar el acontecer de las decisiones políticas más trascendentes de este país durante el siglo XX? Bien vale un reclamo a la actual dirigencia nacional priista para que respete la historia del PRI, pues, de no ser posible su resurrección política, lo mejor es buscarle una muerte asistida, con todos los honores que le corresponden a esta organización que fuera el eje sobre el cual giraron las sucesiones presidenciales en un ambiente de paz y tranquilidad social. 

Ahora el PRI está en terapia intensiva y con crisis interna, semejante a cuanto le ocurre a un enfermo entubado y en estado de coma le sobreviene una crisis cardiaca. Así se antoja la actual circunstancia priista que, después del tremendo nocaut propinado por Morena, aún permanece en estado catatónico y por una errática dirigencia nacional le sobreviene una severa crisis interna, en pleno proceso para renovar sus cuadros directivos.

Todavía en el programa dominical pasado de “la Silla Roja”, de El Financiero-Bloomberg, el doctor José Narro se mostró convencido de la recuperación priista, cuya dirigencia nacional buscaba. Sin embargo, algo de mucho peso habrá sucedido porque el jueves desistió de su aspiración y presentó su renuncia al PRI, alegando simulación e intromisión del gobierno en el proceso en apoyo al gobernador con licencia de Campeche, Alejandro Hernández. En circunstancias semejantes, suele suceder que si el paciente sobrevive, sufre severas secuelas, y en el caso del PRI su debilidad actual lo convertiría en un partido que para subsistir tendría necesidad de acudir a alianzas electorales, obviamente atendiendo a su genética lo haría pragmáticamente, lo cual significa alianzas con el partido en el poder, aunque de esa manera poco a poco iría perdiendo su identidad hasta morir de inanición.

No es ese el final que el PRI merece. Siguiendo la analogía del médico que asiste al enfermo en fase casi terminal, pareciera que el doctor José Narro simplemente no está de acuerdo con el diagnóstico de sus colegas de la cúpula priista ni con el tratamiento para curar sus males. Pero la renuncia del doctor Narro alerta y prende focos rojos desde la cama del paciente que quizás ya no tiene remedio, o se le entuba para darle vida artificial con la consiguiente consecuencia en la que el familiar (militancia) sufre al advertir que su enfermo no mejora y día a día desmerece, y lo induce a elegir desconectarlo para una muerte asistida, pero digna.

No, el PRI no merece un final trágico; una institución política de sus dimensiones históricas requiere de un ocaso cuyo último resplandor sea con dignidad. Someter al PRI al papel de un partido aliancista con paulatina pérdida de identidad es darle una muerte de oprobio a un partido político que durante su larga hegemonía estableció una teogonía política que vistió al Sistema Presidencialista Mexicano, es, ni más ni menos, la referencia histórica del México del siglo XX. alfredobielmav@hotmail.com

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