Por Alfredo Bielma V.
“Visión de los Vencidos” es una obra (1959) de Miguel León Portilla que narra sucesos acaecidos durante el periodo de la Conquista por los españoles, vistos desde la perspectiva de quienes sufrieron la derrota en aquel desigual encuentro, los aborígenes. Tomo prestado ese sugerente título porque evoca el conocida pregón de que “la Historia la escriben los vencedores”. En ese contexto, no está por demás realizar un ejercicio de comparación entre las diferentes versiones respecto del gobierno de México que tiene como protagonista principal, casi único, al presidente López Obrador, y la de quienes se le oponen porque tienen una perspectiva diferente respecto del rumbo del país. Y es que, mientras el presidente transmite desde el púlpito mañanero una visión triunfalista de cambios estructurales, desde el llano se avista otro escenario.
¿Cuál versión es la que guarda mayor correlación con la realidad? Está comprobado que cualquier panorama cambia si se le enfoca desde el llano a cuándo se le avizora desde las alturas, lo idóneo consiste en que la combinación de ambas se acerque a la realidad. No parece ser este el caso.
Este primero de julio, en la plancha del zócalo de la CDMX el presidente conmemora 365 días del triunfo electoral que lo llevó a la presidencia de México, desde el 2 de julio de 2918 se adueñó de la agenda pública y a través del Congreso Federal constituido con mayoría parlamentaria a su favor ha venido cambiando el marco normativo fundamentado en la lógica de una transformación política y social de México. Ya en el gobierno, desde hace siete meses ha tomado decisiones a su modo, muchas de las cuales no parecen coincidir con el bien para México, aunque sí con los propósitos de lo que llama la Cuarta Transformación.
Dice el presidente López Obrador, un egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM: “No crean que tiene mucha ciencia gobernar, eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar, no es tan apegado a la realidad. La política tiene más que ver con el sentido común, que es el menos común, eso sí, de todos los sentidos… la política es transformar, es hacer historia, es un oficio noble que permite a la autoridad servir a sus semejantes, servir al prójimo, esa es la verdadera política “. Esta exposición conceptual es muy propia para una introducción a la ciencia política, y cobra especial significado si quien diserta es presidente de la república porque, en el caso de López Obrador, en muchas de sus acciones el sentido común parece no estar presente. Hecho comprobado ipso facto porque en el mismo lugar de su disertación teórica convocó a los presentes a votar a mano alzada para “buscar la unidad nacional, rescatar al país y dejar atrás la confrontación”. Positiva proclama, que, como en casos anteriores es desmentida en la siguiente mañanera, donde, despojado de todo sentido común arremete contra todo lo que no se aviene a sus propósitos.
Pero si el sentido común fuera condición sine qua non para gobernar entonces la Ciencia Política perdería razón de ser, simplemente porque no sería necesario acudir a ella. Finalmente, qué más da si para el presidente “la ciencia” tampoco es necesaria para construir un camino.
En realidad, las sesiones mañaneras han servido para ilustrar con meridiana claridad que el presidente López Obrador tiene una visión muy personal de la economía nacional, pues pese a que los parámetros reconocidos para medir el ritmo económico de un país señalan hacia un probable estancamiento, el presidente acude al “yo tengo otra información”; la insistencia en utilizar esa salida genera curiosidad por conocer en qué información basa sus diagnósticos. AMLO asegura que la economía va bien, sin ofrecer datos duros, y pese a que la realidad dice todo lo contrario, el presidente apuesta que vamos a crecer al 2 por ciento, mientras Carlos Slim señala: “El crecimiento del 2019 hay que olvidarse de él, si es 0.5, 0.7 o 1.1 es intrascendente”. calcula en menos de 1.0.
Pero el presidente insiste en que vamos bien, solo le falta decir que “viene lo mejor” para que los veracruzanos nos estremezcamos por los recuerdos inherentes a esa frase.
Este lunes 1 de julio “habrá bailongo” en el Zócalo de la CDMX para conmemorar (porque no hay nada para festejar) la victoria electoral de julio de 2018. Ni la inseguridad pública ha reducido su ritmo tenebroso, ni la economía crecerá al 4 por ciento; tampoco la corrupción ha concluido ni el huachicoleo concluyó. Abrió las puertas de la frontera sur y ahora tiene que esforzarse para entrecerrarlas obligado por el gobierno de los EEUU. La gasolina no ha bajado de precio y difícilmente Pemex aumentará su producción este año; existe desabasto de medicinas y en el séptimo mes del año aún está en los prolegómenos de la licitación para comprarlas. Minimiza el problema del sargazo porque aún no entiende la dimensión de ese gran problema o bien porque no desea que le haga sombra en la celebración de su ascenso al poder.
De su estrategia para contraatacar esta legión de problemas sabremos si es un presidente preocupado por resolverlos, o un político atrapado en su caracterización de candidato, semejante al capullo de una mariposa que aún no cristaliza su metamorfosis porque no es capaz de abandonar su fase de oruga.
“Bien venido mal si vienes solo”, sentencia Cervantes en El Quijote, que en el caso de México habría que invocar porque a la suma de problemas que ya padecemos ahora se agrega el del sargazo, al que el “sentido común” del presidente no le concede la debida importancia. A ver qué dice en la plaza pública el presidente-candidato.
29- junio-2019