Pienso, Luego Escribo

DE MI COLECCIÓN DE HISTORIAS

“Para mi hermano Pancho, cómplice en aventuras de tiempos felices”

Por Akiles Boy *

Han escuchado decir a un amigo ¡Quisiera ser niño otra vez! o ¡La mejor etapa de mi vida fue la infancia!, pienso que muchas veces, porque yo también lo he oído y dicho. No cabe la menor duda, es una de las épocas más felices. Se vive en otro mundo, alejado de las broncas de cualquier especie y calibre. En ese universo, los grandes quehaceres son jugar, explorar, experimentar y aprender. Para algunos se adiciona colaborar en labores del hogar. Aún así, nada empaña la felicidad con que se anda en esos primeros años de la vida. Para muchos los mejores, porque no entrañan grandes responsabilidades y compromisos, aunque en este país de profunda y vergonzosa desigualdad, hay muchos, pero muchos casos excepcionales.  

Con esta referencia quiero transportarlos a los años sesentas, hasta al populoso pero tranquilo barrio de “Cantarranas” ubicado muy cerca del centro de una ciudad de la huasteca veracruzana, cuna del zacahuitl, en donde los meses de agosto y septiembre, con sus tradicionales temporadas de intensas lluvias, garantizaban aventura y diversión, que seguro no las tenía ni Disneyland Park, el gran parque norteamericano del entretenimiento, fundado en 1955.

Primero les cuento, los cuates y la versión ampliada de la banda, cuando se sumaban amigos ocasionales, teníamos bien estructurado un Programa Anual de Actividades Lúdicas por Temporada. Estaban marcados los tiempos de Canicas; Elevar Papalotes (en Xalapa dicen empinar); Juego de trompos y baleros. La actividad permanente era jugar futbol, el deporte más popular en este País.

Para la temporada de lluvias y eventualmente inundaciones, había otras acciones apropiadas al temporal. Los días de aguacero salíamos en shorts o calzones a correr bajo la lluvia y el circuito era la más grande manzana de la colonia. Algunos llevaban sus llantas o ruedas de bicicleta para rodar en el camino. Resultaba una terapia con hidromasaje. Terminábamos tan cansados y felices que temprano, después del pan con café, nos íbamos a dormir a pierna suelta.

La diversión continuaba al día siguiente, por la constante lluvia, a una cuadra de la casa, en la confluencia de dos calles, en la parte baja, se hacía casi una laguna. Era el momento de ir bañarse o nadar, lo que sabían hacerlo. En realidad, ahora que lo platicamos algunos y no podemos evitar reír a carcajadas, nos echábamos un chapuzón en una hiper  alberca de agua estancada. Yo creo por eso nos enfermábamos poco. Asumo que nos blindábamos con anticuerpos.

Pero, por si fuera poco, había una actividad colateral, se abría la temporada de pesca. No había necesidad de ir al enturbiado río Pánuco, por las orillas de las calles aledañas, se formaban zanjas que arrastraban corrientes de agua, las cuales llevaban abundante fauna acuática, peces, tortugas y ranas. En casa, cada uno, armaba sus redes y con un bote en mano y descalzos, nos íbamos a pescar. Al regreso de la faena, con la red, el bote y las presas que lográbamos atrapar, éstas en cautiverio, sobrevivían solo unos días.

Esta aventura extraordinaria, que hemos referido en otras ocasiones, resulta ser un fenómeno increíble para muchos. Recuerdo que el Tío Julián, hermano de mi madre, un profesor bonachón y bromista, cuando le narramos la historia, enseguida nos preguntó ¡Bueno cabrones!, y ¿Cómo llegaban los peces a los charcos donde pescaban?, con rapidez le respondimos con mi hermano Pancho, pues aparecían con la lluvia. ¡Tan bien pendejos!, arremetía con ironía, porque entonces, era más fácil salir con un canasto en la cabeza y capturarlos. Debo confesar, que nunca llegamos a una teoría convincente para todos, sobre el origen de esos peces, pequeñas tortugas y otras especies que caían en nuestras redes. Hasta la próxima.

Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.

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