LA LIBERTAD DE UNA ESTATUA
Comentario a Una estatua en vigilia, obra del artista plástico Héctor Cabañas Álvarez.
María del Carmen Delfín Delgado
Dar vida es un milagro atribuido a la naturaleza y al Poder Divino, percibir el privilegio de existir en los seres que nos rodean al sentir su calor, su respiración, el cuerpo en movimiento y su mirada en respuesta a la nuestra, nos regocija e identifica como iguales, sin embargo, esta sensación de vitalidad no es exclusiva de los seres vivos, llámense animales, microbios y raza humana, otros entes irradian y provocan estas sensaciones aun cuando los sabemos inertes.
Ahí están, frente a nosotros, silentes, ecuestres, sedentes, propias, yacentes, ecuestres, orantes, oferentes, con la mirada aparentemente vacía, frías por su cuerpo de barro, de metal, tallado en madera, esculpido en piedra, hechas con suave cera o con la frescura del hielo, nos atraen entregando el mensaje que su creador plasmó al convertirlas en piezas eternas, testigos sin voz pero nunca mudas, sólida evocación de los dioses ancestrales, de la belleza física, de la valentía, del sufrimiento, de la naturaleza y del amor.
Desde que el hombre se manifestó como ser inteligente en el planeta, ha expresado por medio de las estatuas su pensamiento, la visión del mundo real y de otros imaginarios, ha dado cuerpo a la justicia y a la libertad encarnados en sus creaciones, seres mitológicos, ángeles y demonios, hadas y duendes, hombres, mujeres y niños quedaron inmortalizados para la eternidad. Su conceptualización es inspiración para crear otras obras como la famosa ópera Don Giovanni del compositor Wolfgang Amadeus Mozart, novelas como La estatua de carne de JoséFrancés, o las referencias que Baudelaire, Pushkin, Foxá, Cortázar, Kapuscinski y Vila- Matas han hecho en su obra.
Museos y parques las albergan, permanecen quietas hasta que las revivimos con la mirada y el pensamiento, entonces toman vida para comunicarse, ya no son cuerpos fríos y brillantes, se convierten en ejemplo, en relato, en historia viva y en nuestro espejo. Sufren al igual que nosotros, son golpeadas, profanadas con palabras que manos perversas plasman en ellas, la lluvia y el sol las envejece, otras más son derribadas sin merecerlo.
En el artista siempre existirá una íntima conexión con su obra, con el arte propio y con el ajeno, así sucedió con el autor de esta memoria.
En La estatua en vigilia, Héctor Cabañas narra su experiencia al llegar a otro país con una cultura cosmopolita, donde emprendió una nueva aventura para comprobar que la vida tiene diferentes aristas y que es posible reinventarse, perdonar y perdonarse, ser resiliente y empezar de nuevo. Así lo hizo apoyado en la fe y la protección del Ser Supremo, en su confianza y, sobre todo, en su fortaleza.
El autor nos comparte los momentos y situaciones cotidianas que reflejan la entereza del hombre perseverante que trabaja jornadas extenuantes para llegar a la meta fijada, sin importar el cansancio físico, el desvelo y el ayuno involuntario que sufrió para sobrevivir, las distancias recorridas, las horas creando su obra con la que culminaría su gran proyecto. Nueva York, lo acogió desde el inicio, conoció gente positiva, convivió con obreros y artistas, recorrió parques, disfrutó museos, se deleitó con todo tipo de expresiones, sobre todo, creció como artista bajo la tutela de destacados maestros, esto fue lo que se propuso y finalmente logró.