¡OJO!
Por María del Carmen Delfín Delgado
El canto de los pájaros me despertó suavemente, al abrir los ojos percibí un rayo de sol que se filtraba a través del ojo de la cerradura en la vieja ventana de mi recámara, la mañana ya estaba transcurriendo; es demasiado tarde, deduje, debo apresurarme para llegar a tiempo y que mi mamá no piense que me estoy haciendo “ojo de hormiga” para no acompañarla al mercado. Al levantarme no vi mi ropa en el sillón de ojo de perdiz, tal vez ella se la llevó para lavarla, como siempre pendiente de todo en la casa para que funciones correctamente pues dice que “al ojo del amo engorda el caballo”.
Después de un apresurado baño bajé a desayunar, en la mesa ya se encontraban las ricas viandas matutinas: jugo, fruta y huevos bañados con una espesa salsa roja que, “a ojo de buen cubero” calculé que era uno y no dos como de costumbre, me extrañó y pregunté:
─¿Mamá, solamente mi preparaste un huevo?
─Sí, porque no había más, debemos ir de compras para surtir la despensa; pero échale un ojo a la canasta del pan y cómete un “ojo de pancha” para que quedes satisfecha. Apresúrate para salir cuanto antes.
Media hora después ya estaba lista para emprender la aventura semanal, ir al centro comercial y de regreso pasar al mercado para conseguir las frutas, las verduras y las legumbres frescas. Mi madre me apresuraba, al verme me dijo cariñosamente que le encantaba cuando me maquillaba esos ojos pizpiretos. Desde pequeña me ha vigilado muy bien, ha estado atenta a mis movimientos y necesidades, mi padre le decía que me cuidaba como a “la niña de sus ojos”.
Entre gritos de vendedores que ofertaban sus productos, recorrimos los locales ya acostumbrados, a mi mamá “se le iban los ojos” ante tanto surtido, no se decidía si comprar aquí o acullá, al pasar por un local de enseres procedentes de China me distraje con un chico vestido a la usanza de aquel país, él se percató y vino hacia mí para ofrecer unos amuletos, ella me tomó del brazo para alejarme rápidamente diciéndome:
─Lo vi de reojo, no me gustó que se te acercara, además no me simpatizan esos “ojos de rendija”, discúlpame, no quiero ser racista pero en estos tiempos hay que estar con “un ojo al gato y otro al garabato”.
Seguimos caminando entre los pasillos hasta llegar con la señora de la mercería, ahí pedimos hilos, broches y agujas de ojo grande, una especial para bordar los ojales y algunos metros de tela “ojo de ángel”. Me quedé con el “ojo cuadrado” con tanto surtido novedoso y bajos precios, la dueña es visionaria, ve el éxito del negocio con estrategia, además el local tiene vista agradable.
Cerca de la salida nos detuvo la chica del esoterismo, colgando de sus dedos sostenía los talismanes que contrarrestan las malas vibraciones, el ojo turco y el ojo de venado, me insistió en comprarlos para que no padeciera por “el mal de ojo”, ─Con esos “ojos tapatíos” alguien te puede “hacer ojo”─, me dijo. Me impresiona el tatuaje que lleva en la frente, ella se percata respondiendo que es el “tercer ojo”.
Unos metros adelante se encuentra el local de don Flavio con su medicina naturista, mi abuelo recurre a él cuando algo siente alguna molestia física por lo que entramos a comprar las gotas para sus callos: unas para el “ojo de gallo” y otras para el “ojo de pescado”, por su edad sus pies ya sufren con este padecimiento.
Por fin salimos hacia el estacionamiento llevando las pesadas bolsas de las compras, a nuestro encuentro llega un hombre que se dedica a ayudar con la mercancía a los clientes que se lo piden, nos aborda preguntando que queremos su servicio, mi madre acepta advirtiendo que sea cuidadoso, él responde que se pondrá “ojo de chícharo” para no maltratarlas. Observo sus ojos rojos e inflamados, le comento que necesita atenderse con un oculista, sonríe y me responde:
─“Con qué ojos divino tuerto”; en la esquina está una doctora que no le cobra la consulta a la gente de la calle, pero no le atina a la enfermedad, no es buena, dice que sabe pero nomás lo hace pa “taparle el ojo al macho”.
Ya en casa, el abuelo pide su preparado naturista, lo revisa, enojado dice que no es lo que usa, “ni qué gotas de ajo, ni qué ojo de hacha”, reniega. Molesto discute con mi madre, intento suavizar la situación, los dos me miran disgustados, me siento en el ojo del huracán.
El día cedió el paso a la noche, recostada me relajo, los sonidos del bosque se cuelan por la rendija, el murmullo del ojo de agua acompaña mi descanso.