AVENTURA EN EL NORTE (PARTE IV)
Por Akiles Boy *
La frontera norte de México con Estados Unidos, una de las más extensas, dinámicas y de mayor tránsito de personas en el mundo, es una franja de territorio en donde el estilo de vida en los noventas, ya tenía muy marcado el sello americano y se mantenía una relación e interacción limitadas con el resto del País. Se tenía la idea de que esa parte de la República, era la más desarrollada y con una economía próspera, que representaba un poderoso imán para los migrantes mexicanos y de otras nacionalidades del Sur del Continente.
Octavio y Lilia llegaron a Tijuana, B.C., a unas tierras que no desconocían. Unos años antes habían viajado a California, acompañados de la familia de Rafael, hermano de Lilia, con muchos años radicando en la frontera, en una travesía inolvidable por San Diego, Los Ángeles, y terminado en los casinos de la alucinante ciudad de Las Vegas, Nevada. Aquella Una experiencia increíble también para Angela, quien más pequeña conoció y se divirtió en el asombroso Parque Temático de Disneyland.
En la sala de espera del aeropuerto, ya los aguardaba Felipe, un trabajador de la Aduana enviado por Roberto. Enseguida enfiló hacia la carretera y cerca de la media noche entraron a Sonoyta, una población de Sonora en la frontera con el Estado de Arizona, EU. Se hospedaron en el único hotel que había, a esa hora probaron, por primera vez, los tacos de tortilla de harina con carne asada, en el sencillo restaurante del establecimiento. Durmieron poco y mal. En unas horas del día que había comenzado, se presentarían a trabajar en las instalaciones de la Aduana.
Una mañana fría los recibió el día que se presentaron en la oficina de Roberto, el Administrador. No había tiempo para hacer historias ni platicar del viaje. Dijo de la necesidad de ocupar unos puestos clave en la operación de la Aduana, por lo que requería de colaboradores de confianza. A Lilia la ubicó como asistente en su oficina, mientras que a Octavio, lo dejaría al frente del Almacén Fiscal. Como en cualquier inició de labores, el ambiente se sentía incierto y cargado de tensión. Las aduanas en ese tiempo, eran descarados feudos de grandes y pequeñas mafias que medraban sin compasión. Los extraños en apariencia eran bien recibidos, pero en la obscuridad se movían intereses para deshacerse pronto de los foráneos y advenedizos.
Los trabajos de alto riesgo ponen a prueba la capacidad de adaptación y resistencia. De pronto Octavio con su esposa tuvieron que aprender rápido a vivir en un contexto diferente al suyo. Otro clima, otras costumbres, otro estilo de vida de los lugareños, y de los demás compañeros que llegaron de otros Estados, para integrarse al nuevo equipo de trabajo de la Aduana, que por su posición estratégica era una plaza codiciada. No hubo oportunidad para socializar con otros que llegaron como refuerzos, cada quien se entregó al cuidado de su trinchera. Era una prioridad tomar las riendas de la Aduana, grupos de poder estaban al acecho.
En aquel entonces, el personal de la Aduana se encargaba de la atención de tres puntos principales: el cruce fronterizo de Sonoyta, en donde se efectuaba la revisión peatonal, vehicular y de carga; la Sección Aduanera de San Emeterio; y la Garita del Kilómetro 40. En el primero, llamaba la atención los fines de semana, el constante paso de americanos en lujosas camionetas y sus remolques, con modernas embarcaciones, que iban a las playas de Puerto Peñasco, éste, empezaba a despuntar como centro turístico en el hermoso Mar de Cortés. En esa época de plenitud de la corrupción, el tráfico de mercancías y personas era tan intenso como productivo, sin contar con las fabulosas ganancias que dejaba el narcotráfico.
En medio de la vorágine que hace imposible la tranquilidad, transcurrió la vida de Lilia y Octavio. Ella que habría sido invitada de último momento por Roberto, viéndose en su oficina rodeado de enemigos visibles y ocultos que no dudarían en ponerle trampas en el camino. En ese trance conocieron a Fernando y Emilio que venían de Tamaulipas y Darío de Chiapas, con ellos se crearon vínculos de camaradería, sin embargo, sería con el Chiapaneco, con el que hubo más acercamiento y al final lograron afianzar una amistad, que unos años más tarde sirvió para escribir otro capítulo de sus vidas, esta vez el encuentro sería en una ciudad cafetalera del centro de Veracruz.
El desenlace de esta historia llegó de manera sorpresiva, apenas con unos meses instalados en el pueblo y la Aduana, en una tarde gris, Roberto llamó al grupo a su oficina para informales, que estaba siendo sometido a una fuerte presión por grupos que se peleaban el control de la Aduana, sin precisar el origen, comentó de funcionarios del centro y locales que querían esa posición estratégica y altamente redituable, así como, de algunos poderes facticos que pedían su cabeza. Octavio recuerda, que Roberto en plena histeria soltó la frase “Estamos en guerra cabrones”
No dio tiempo siquiera de tener miedo, en pocos días Roberto se vio obligado a renunciar y nuevamente en una reunión en la que fue su casa temporal, situada en los terrenos de la Aduana, junto al Patio Fiscal, comunicó a los de confianza que todo había acabado. Después de la comida y despedida, dejaría instrucciones para la entrega al Administrador siguiente, que ya estaba en tránsito hacia Sonoyta. Al mismo tiempo, a Octavio y a otros les prometería asegurar sus últimos salarios y apoyo para el regreso a sus lugares de origen. Pasaron dos o tres días más, cuando Octavio y Lilia emprendieron el periplo de retorno, pero antes de regresar a su casa en San Bartolo, Veracruz, se estacionaron una semana en Rosarito, B.C. donde vivía Rafael su cuñado. De esta aventura todavía recuerda Octavio una conversación con Lilia, ella le proponía quedarse a probar suerte en la frontera, pero él, en aquellos tiempos, hombre de apegos y fiel a sus raíces, rechazó la idea y había preferido la seguridad de su territorio y no arriesgarse. Fin del relato. Hasta la próxima.
Agosto 3 de 2021
*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C