Mi primera vez
Maricarmen García Elías
Fue un 12 de octubre de 2001 acababa de finalizar mi Licenciatura en Derecho y estaba a un semestre de finalizar la de Ciencias de la Comunicación, ya antes la había visto algunas veces deambulando por la universidad en busca de comida pero ese día cayó una lluvia muy fuerte cual diluvio del apocalipsis típico de la querida Pluviosilla y al salir de clases la vi tratando de cruzar la calle siendo literal arrastrada por las aguas así que no lo dudé y la tomé.
Recuerdo que una maestra muy querida me dio unas cortinas del salón para calentarla y podérmela llevar pues los taxistas no dejaban subir con animales me dijo, desde que la tuve en mis brazos noté lo frágil que era su cuerpecito, se podían sentir sus huesos aún a través de las cortinas , cuando llegamos al departamento que rentaba nos encontramos con otra inundación ahí dentro había olvidado dejar una coladera destapada , así que la coloqué en la sala y me puse a sacar el agua y a limpiar me tardé como 2 horas en esa tarea mientras ella no me quitaba la vista ni un segundo así como la dejé sentada permaneció todo ese tiempo en el mismo lugar observándome.
Era aún estudiante, no le había pedido permiso a mi casero, era evidente que ella necesitaba mucha ayuda médica y mi sueldo de mil quinientos pesos mensuales en la revista donde trabajaba como pasante no era suficiente para las dos apenas alcanzaba para la renta, las copias y comer pero aun así no tuve dudas, en el fondo de mi corazón sabía que estuvo bien lo que hice y que en adelante de una u otra forma todo estaría bien, sentía paz, era mi primera vez rescatando un animal callejero.
Años antes había visto como reportera practicante de El Sol de Orizaba las atrocidades que les hacían a los animales callejeros en el antirrábico, los cazaban por las noches en redadas y los electrocutaban sin misericordia alguna como si esa fuera la solución a la sobrepoblación canina, afortunadamente se trabajó mucho y hoy en día hay leyes que acabaron con ese pensamiento retrograda de muchos alcaldes y sus equipos, independientemente de que la cumplan o no. Por lo tanto dejar a nena en las calles no era una opción para mí.
Con los días nos fuimos conociendo y acostumbrando una a la otra, aunque desde niña había tenido perros porque en casa se nos enseñó a respetar y amar a los animales, esta experiencia era totalmente diferente, conocí una faceta nueva de los perros. Los perros de la calle son increíblemente agradecidos, protectores, hablan sin tener que usar palabras, es algo tan asombroso y a la vez triste que esa capacidad de amar e inteligencia que poseen pase desapercibida para la mayoría de la gente que camina a su lado y en vez de ayudarlos los lastima o simplemente no se involucra en cambiarles la vida y voltean la mirada a otro lado, no se puede entender por qué estos ángeles tienen que padecer tantos horrores en las calles.
Vivimos tantos días felices en nuestro departamento a pesar de “mi apretada agenda”, me la pasaba entre tareas, estudiar para el Ceneval, practicar en el entonces Ministerio Público Adscrito al Juzgado 1 mi abogacía , trabajar en la revista y mil cosas, aún la recuerdo echada junto a mis pies mientras yo hacía mis notas en mi máquina de escribir, sentía su calorcito , para entonces Nena ya dormía largas horas con seguridad sin despertar pensando que le pasaría algo, su quijada ya no estaba tan pronunciada hacia afuera por la desnutrición y ya había ganado peso, ya tenía pelo en todo el cuerpo , era blanco hasta entonces no lo sabía.
Los domingos escuchábamos la bonita música de radio más en mi radiograbadora que al igual que mi máquina de escribir eran mi orgullo por haber sido compradas con esfuerzo y lo disfrutaba a su lado, ella siempre testigo silenciosa de todo lo que pasaba en mi vida. Era tan bueno no haber tenido televisión o un celular como los que ahora hay pues estoy segura que eso me permitió disfrutar a Nena muchísimo, darle a ella todo mi tiempo libre en vez de ir a fiestas con amigas, probar el alcohol o hacer otras tonterías de la juventud, gracias a Nena fue todo lo contrario.
Acabando la carrera de comunicación, me titulé de las dos licenciaturas, recién me habían ofrecido un trabajo formal como maestra de inglés en otra ciudad así que nos fuimos de ahí, dos años después ya instaladas en nuestra nueva rutina Nena murió por una esterilización mal realizada, era un veterinario con experiencia nunca entendí qué pasó, si fue negligencia o porque apenas se comenzaban a practicar.
En su honor, con una gran amiga del Puerto de Veracruz, hicimos el primer perretón en 2004 cuyas donaciones sirvieron para las funciones que realizaba la Roca A.C. y de ahí nació la inspiración para la creación de leyes que protegieran a animales de la calle donde como he comentado veces anteriores mucha gente fue coincidiendo en distintas ciudades, países y años haciendo importantes aportaciones para lograr lo que hoy existe en materia legislativa.
Quisiera que Nena estuviera aquí y disfrutara conmigo todo, subirla a mi auto y llevarla a pasear a la playa como habíamos planeado hacerlo tantas veces, que caminara por toda la casa, que jugara con mis otros perros, que se echara a mis pies mientras trabajo pero sé que fue feliz y muy amada el poco tiempo que tuve la fortuna de tenerla y su legado está por todas partes en cada animal que fue rescatado, en cada animal y lucha por la que se alza la voz , por eso este espacio no es mío sino de los animales.
Cuando adopté a Nena algunas personas me dijeron que no iba a cambiar el mundo por salvar a un animal, lo cual es cierto sin embargo, Nena me cambió a mí y cuando uno cambia su forma de pensar y de ver la vida todo lo demás sí que se transforma para bien. Si todos somos empáticos con los más desprotegidos llámese ancianos, niños sin hogar o animales en situación de calle y compartimos con ellos un poco de lo que la vida generosamente nos ha dado no solo les cambiamos la vida a ellos sino a nosotros mismos y esa generosidad regresa mil veces multiplicada en todos los sentidos, todo es cuestión de atreverse a ver más allá de uno mismo y dejar de lado el miedo o el egoísmo para cambiar a este mundo a uno mucho mejor.