EL INTELECTUAL. ÁNGEL O DEMONIO
Por Akiles Boy*
De acuerdo con información que se difunde por internet, un intelectual “es aquella persona que se dedica al estudio y la reflexión crítica sobre las ciencias, las letras y la realidad, y comunica sus ideas con la pretensión de influir en ella, alcanzando cierto status de autoridad ante la opinión pública”, por su parte, el italiano Antonio Gramsci considera que, “Todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”.
Es cuestión de perspectiva. En las sociedades del mundo los intelectuales y escritores, tuvieron incidencia y continúan jugando un rol importante o cuando menos interesante. Esa “elite”, sin importar el tamaño, tiene la capacidad para ejercer influencia en grupos de poder o movilizar masas a favor de una causa, una ideología y hasta generar ambientes ficticios de paz, abundancia, caos y desastre. Se observa variedad en cualquier clasificación o intento taxonómico, sin embargo, los modelos o tipos más recurrentes en términos mundanos, son:
Los que caen rendidos, sin oponer resistencia, a la seducción del poder a cambio de emolumentos o privilegios; los que actúan con ética y responsabilidad social aceptando negociar el producto de su talento; y los que divulgan sus teorías o escriben en la marginalidad y absoluta independencia, resignándose a una vida modesta o precaria. Desde luego, en esas posiciones se presenta cierta movilidad, también se acepta correr el riesgo, de que esta visión sea simplista o generalizada.
En las realidades pretéritas y presentes de las sociedades latinoamericanas, puede verse una larga lista de hombres y mujeres que han sido incluidos en ese selecto grupo de pensadores, algunos con la etiqueta de revolucionarios y otros como alineados al poder y los sistemas políticos imperantes. Pero llama la atención, la diferencia que hacía Gramsci entre los llamados intelectuales orgánicos y los intelectuales tradicionales.
A los primeros los caracteriza como aquellos cuya posición e ideas son afines o congruentes con las causas e intereses sociales; mientras que al intelectual tradicional lo define por ser el que reclama y antepone su autonomía y singularidad. En ese último plano, se podrían encontrar reconocidos personajes del México contemporáneo, Octavio Paz, Daniel Cosío Villegas, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Enrique Krauze, entre otros, que durante muchos años cumplieron el papel de “críticos” del sistema político y no de contumaces voceros para su legitimación.
Monsiváis, con la agudeza e ironía en sus opiniones que lo hicieron singular y visible, expresaría en relación a este tema, que “México era el único País cuyo gobierno pagaba a su intelectuales para que lo criticaran”, una práctica que se destaparía después cuando el expresidente José López Portillo, increpó a los críticos de los medios diciendo aquella frase de “No te pago para que me pegues”.
Los tiempos cambian, igual que los modelos económicos y políticos, y en ese tenor, la situación de los intelectuales tuvo variaciones en México, los calificados como “orgánicos”, que estaban asociados o vinculados a los regímenes neoliberales, fueron retirados o puestos en el desamparo, aquellos que más bien venían cumpliendo la función de un intelectual “tradicional” porque su labor fue legitimar las acciones del gobierno que los arropó. Sin embargo, parece un contrasentido ideológico o se busca crear un modelo distinto de relación, porque ahora el grupo político que dirige el País, pretende acercarse o estar cerca de intelectuales con similitudes que contribuyan a consolidar un proyecto de transformación, lo cual es su prioridad y principal objetivo. Aquí le dejamos, el tema es amplio y polémico, pero la irreverencia nos gana. Hasta la próxima.
24 de agosto de 2022
*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.