Confetti

LA GOTA AZUL

Maricarmen Delfín Delgado

La noche arrulla las penas, las recoge del aire que de suspiros se llena, llora discreta sobre los pétalos, sus lágrimas convertidas en rocío escurren sobre los verdes ápices al despuntar el alba.

El llanto, lenguaje universal, fenómeno fisiológico y sicológico asociado a las emociones positivas o negativas, podemos llorar por dolor, alegría, tristeza, coraje. Al llorar el cerebro mitiga el sentimiento detonante que generó el dolor físico o moral, causando una sensación de cansancio que tranquiliza haciéndonos sentir alivio. No somos la única especie “llorona”, también los animales lloran por situaciones similares a las humanas, por depresión, por dolor, por sentirse en peligro y vulnerables. Además, la risa excesiva provoca un llanto positivo como respuesta a  una excitación extrema.

Al llorar generamos empatía, se activan las neuronas espejo que nos identifican con otros, nos muestran vulnerables, desprotegidos, en situación de ventaja en ciertas situaciones, ver llorar a otro sensibiliza, disminuye la violencia y el coraje. Cuando se reprime el llanto las emociones se somatizan con el consecuente daño físico; las lágrimas son el detonante de la incomodidad cerebral manifiesta.

Para los bebés el llanto es su enlace con la madre y su entorno, en sus primeros meses de vida no se expresan oralmente pero frecuentemente lloran cuando sienten alguna necesidad: hambre, sueño, frío, calor, dolor, enfado, susto, o están en alguna posición incómoda; recordemos que también existe la comunicación por el tacto, la mirada, los sonidos, por medio del balbuceo.

Fisiológicamente las lágrimas cumplen una función importante, son uno de los marcadores del organismo para saber si estamos hidratados, además humectan el ojo y lo libran de infecciones ya que contienen gran cantidad de mucina, bicarbonato e inmunoglobulina A, que ayudan a controlar las bacterias, debido a su pH que oscila entre 6 y 7. El ser humano pude producir de 25 a 50 ml de lágrima dependiendo de la edad, su hidratación, su motivación para inducir al llanto.

Las mujeres lloran más que los hombres, no por patrón cultural, sino por su fisiología y nivel hormonal, en los varones la testosterona les impide ser más susceptibles al llanto, aunque hay sus excepciones; otro factor es la formación social y cultural donde el llanto es señal de debilidad, culpa o vergüenza. Al avanzar la edad se va disminuyendo el nivel de testosterona por lo que a mayor edad los hombres se perciben más sensibles.

El bioquímico William H. Frey II, investigador y profesor estadounidense, afirma que el llanto emocional tiene diferente composición a la de otro tipo de llanto, con mayor contenido de proteínas y hormonas por lo que las lágrimas permanecen fijadas en la piel durante más tiempo haciéndolas más visibles generando una mayor respuesta empática de otros.

En 1586, el médico británico Timothy Bright consideró que las lágrimas eran generadas en el cerebro y afirmaba que eran productos de “excrementos” húmedos de este órgano.

Desde la antigüedad, el llanto ha tenido un papel importante para muchas culturas, en la civilización egipcia surgieron las plañideras, mujeres a las que se les pagaba por llorar en los entierros, era un rito funerario con la creencia que sus lágrimas purificaban el alma del difunto para llevarla a la plenitud, ya que según el tabú griego los deudos tenían prohibido llorar en público. En el rito judío, se dice que para expresar una forma más enérgica la devastación de Judea el dios de Israel ordenó al pueblo traer lloronas que él llamó “lamentatrices”; esta costumbre pasó del pueblo hebreo al griego y romano. Las lloronas recogían las lágrimas en vasos llamados “lacrimatorios” que posteriormente se colocaban en la misma urna donde se depositaban las cenizas del fallecido. La frase “lágrimas de cocodrilo”, para significar el llanto fingido, proviene de una antigua creencia griega donde los cocodrilos fingían llorar para atraer a sus víctimas.

En Mesoamérica, especialmente en México, el llanto tiene un importante significado, los mayas lo consideraban como un acercamiento a sus dioses llamado “ok oh ool”, que se traduce como “llorar-voluntad”; en los indígenas mesoamericanos para mostrar humildad en sus rituales se observaba un ligero llanto. Al norte de Veracruz sigue vigente un mito ancestral de un dios que tomó la forma de granos de maíz y lloraba porque los mestizos lo tiraban con desdén al suelo en vez de sembrarlo con cuidado como una ofrenda. Todos conocemos la leyenda prehispánica sobre “la llorona”, que dio lugar a 120 versiones del mismo tema, que cuenta la historia de una mujer que llora por las noches lamentando la muerte de sus hijos ilegítimos.

Han quedado atrás ideas moralistas como que “los hombres no lloran”, “cúbrete el rostro para que no te vean llorar”, “se llora sólo y en silencio”, “por orgullo se llora por dentro”, “los niños que lloran son mariquitas”, “pareces vieja llorando”, entre otros enunciados retrógrados, en una sociedad que ya no le avergüenzan muchas actitudes que eran antes criticadas.

El llanto tiene un gran valor, nos identifica, nos une, nos vuelve una sola raza, todos lloramos no importando el color de piel o el idioma, el llanto es una constante, en algún lugar del mundo mientras alguien llora otro lo acompaña sin saberlo, en un lenguaje universal. Como diamante brilla en tu mejilla la gota azul.

¿Quién escribirá la historia de las lágrimas? Todos lo haremos.

                                                                                                       Roland Barthes

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