¿Qué significa hablar de dualismo en política?

Luis Ángel Andrade Córdova*

  • «Escritor e investigador independiente. Licenciado en estudios políticos y maestro en ciencia política y sociología comparativas por el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos, Francia. Certificado en lengua rusa e historia por la Universidad Rusa de los Pueblos, en Moscú. Diplomados en teología y en cristología por la Universidad Pontificia de México. Estudiante de la licenciatura en psicología en el Instituto Galo y de la maestría en teología y acción pastoral en la Universidad Anáhuac México. luisandrade90@gmail.com»

Hoy en día el dualismo político es moneda corriente. Líderes y jefes de estado, de distintas denominaciones políticas y pertenecientes a los más diversos grupos de interés, utilizan la propaganda populista como una de sus armas principales. Su concepción política es dualista. Sin embargo, parece que no están conscientes de ello. En su actuar cotidiano dividen, separan. Hablan de los buenos, los puros, los destinados a recibir las gracias divinas, ya sea en la tierra o en el cielo. Despotrican contra el orden establecido que es de naturaleza igualmente excluyente. Sin embargo, ellos hacen lo mismo: excluyen, a los corruptos, a los enfermos de poder. En su actuar cotidiano algunos de ellos incurren, irónicamente, en actos de corrupción, si se les analiza, claro está, desde el orden jurídico-político imperante.

La existencia de su paraíso es un hecho probado sólo para ellos. Los que no tienen la capacidad, la inteligencia, la voluntad, o incluso la gracia para sintonizar con su verdad, están condenados al fuego del infierno. Este es el modo en que operan los dualistas totalitarios. Existen varios ejemplos en la historia: Stalin, Hitler, por mencionar sólo los más escandalosos. La cosmovisión con la que comulgan se vuelve posible sólo si la integralidad de la persona humana se pliega a sus designios. De otra manera, el camino está sellado. El uno se doblega ante el dual.

El Ser Humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, de eso no tenemos duda. De lo que dudamos es que de dicha certeza tengan noticias los demagogos populistas de hoy. Puede que unos sí, que comulguen con una visión judeocristiana de la realidad, y puede que otros no, que sólo le rindan pleitesía al poder y al dinero. El ser humano es una integralidad que tiende a la trascendencia, al Gran Otro, el Incomprensible, el Inefable, el Inabarcable. El Estado, por otro lado, es una comunidad de personas, más allá de su constitución concreta en la realidad fenoménica (territorio, población y gobierno).

Los líderes políticos buscan el poder del Estado, a veces para ayudar a la consecución de su visión de mundo, a veces para acumular dinero y poder. Por el solo hecho de ser lo que son, o estar donde están, es decir, por el solo hecho de buscar el poder político para controlar el Estado, son seres que se relacionan de manera negativa con la unidad, con la integralidad de la Persona Humana. La Persona Humana y el Estado, a pesar de no ser mutuamente excluyentes, presentan características esencialmente diversas. La Persona Humana mira hacia adentro, en Unidad. El Estado, por otra parte, mira hacia afuera, en la multiplicidad de las contradicciones y de las estructuras sociales.

Por ello mismo la política es predominantemente dualista, y sus actores piensan y actúan casi siempre de ese modo. La política dualista lleva al autoritarismo y, a final de cuentas, al totalitarismo. Es el caudal natural del conflicto político, el cual, en palabras de los marxistas más cultivados, determina negativamente la realidad. El brasileño José Chasín habla incluso de una “determinación ontonegativa de la politicidad”.

¿Cómo ser un líder no dualista, no excluyente? He ahí la gran pregunta. Sólo los más grandes seres humanos, los iluminados —y el Hijo de Dios que es Hijo de Hombre— han podido serlo. Inspirémonos de sus ejemplos, sigamos su camino de vida.

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