Confetti

PASAJEROS INVOLUNTARIOS

Maricarmen Delfín Delgado

Viajar es como un sueño, es transportarse a otros mundos, es adentrarse en el espacio privado de culturas, territorios y pensamientos, absorber el entendimiento ajeno que al mismo tiempo es el nuestro, ya que más allá de nacionalidad, raza y religión, la esencia humana es la misma pues todos luchamos por la supervivencia diaria, todos sufrimos, todos buscamos la felicidad y todos amamos. Tal vez la forma de hacerlo sea diferente pero el fin es el mismo.

El viajero sacrifica la comodidad de estar en casa por la aventura que el destino planea para él, pues lo que se traza como objetivo se va modificando con situaciones fortuitas que el azar maneja como una botella lanzada al mar sin saber dónde encallará. Así, la travesía se convierte en una colección de días alegres, tristes, absurdos, mágicos, oníricos, sorprendentes, lentos y acelerados, que como cuentas de un rosario bendito pasan uno a uno por las manos del viajante para dejar una huella indeleble en su espíritu.

Al reflexionar sobre las situaciones que aparecen en el recorrido hay la sensación de que le pudieron suceder a otras personas en este y en otro tiempo, como en un sueño en el que la historia toma un camino impredecible donde el final es incierto y los sentidos se dejan llevar sin rumbo fijo; el viajar sin aferrarse a un plan estrictamente marcado da la oportunidad de disfrutar con holgura los momentos emocionantes no planeados.

Muchas veces se viaja por necesidad, por opción o por deseo, pero viajar no es solamente hacer turismo, es romper la rutina de lo cotidiano, conocer y experimentar en mano propia las historias aprendidas tiempo atrás y tomarle sabor con la experiencia vivida. Es medir nuestra capacidad y nuestros límites, se convierte en un ejercicio de paciencia, audacia, habilidad y tolerancia al convivir con extraños que coinciden en la misma situación y en un mismo espacio, para convertirlos en amigos, hermanos y hasta confidentes en un territorio donde ellos son lo único que nos recuerda nuestro terruño y nuestra cultura.

Viajar es un aprendizaje constante con equivocaciones y aciertos, ayuda a recuperar la mirada curiosa de la infancia en las alas de otra perspectiva, abre nuevas puertas a la imaginación. Es amanecer cada día de manera diferente y en distintos lugares mostrando tu lado amable a personas con las que nunca has convivido, compartir la mesa y espacios con otros viajeros de gustos e inquietudes similares o distintos a ti, hacer concesiones y amistades.

Después de cada viaje la vida cambia, nunca será igual, regresamos con un cúmulo de experiencias que dan lugar a una nueva historia personal, con la mente abierta  al descubrirnos a nosotros mismos, valorando y agradeciendo a la vida todo lo experimentado con los cinco sentidos, con la melancolía que queda al regresar después de la inquietud que sentimos al inicio de la aventura , donde hacemos un recuento de los momentos más que de los días, recordando el instante  en que soltamos las amarras y las velas para que el viento favorable que sopla el destino nos llevara a nuevos puertos.

El avance en la historia de la humanidad se debe en parte a los viajes y a sus viajeros, hombres que no sintieron miedo a enfrentar lo incierto con el afán de encontrar algo diferente en sus caminos y saciar el instinto de conocimiento propio del ser humano, dando como resultado el acervo cultural y científico origen de lo que hoy somos y tenemos.

Durante siglos la humanidad ha viajado, lo ha hecho en el sentido amplio de esta palabra, con dos puntos esenciales de todo recorrido: un inicio y un fin. Se hace directo sin detenerse y no retornar, podemos incluir alguna parada; hacerlo redondo para volver donde empezamos, iniciar en un punto y regresar a otro diferente al de inicio, o quedarse a mitad del camino. La vida misma es un gran recorrido con un destino final inevitable, seguimos un itinerario sujeto a cambios haciendo escala muchas veces sin planearlo para finalmente concluir este gran viaje en territorio incierto.

Al no poder viajar físicamente, se hace con la mente imaginando, conversando, escribiendo historias y leyendo, así se ha manejado desde siglos atrás pues la literatura es un gran viaje donde se mezclan el pensamiento propio con el del autor, travesía compartida que nos vuelve uno solo, simbiosis espiritual, amalgama de emociones, metáfora imprescindible como justificación para darle sentido a la existencia. El viaje se vincula con temas diversos para darles mayor sentido y encontrar la paz, la felicidad, la riqueza, el amor, el terruño añorado o prometido.

En muchas obras encontramos viajes físicos mezclados  con la trama finalizando al momento de terminar la historia: viaje interno, para llegar a la reflexión por medio de la meditación y encontrar la respuesta; viaje espacial, donde se rompen los límites terrestres por medio de la ficción; viaje al infierno o inframundo, tocando la delgada línea entre la vida y la muerte, la inmortalidad del alma y a veces de la carne; viaje mítico, con dioses y seres mitológicos sorteando todo tipo de adversidades.

Viajar por el tiempo es otro tema socorrido por la literatura donde se refleja el deseo del ser humano por retroceder y al mismo tiempo ir más allá de su realidad con el fin de enmendar lo que hoy es irremediable.

Otro viaje que para unos es placentero, para otros incorrecto y algunos más mortal, es el que producen los estimulantes, donde el equipaje que se carga es emocional. Mejor hagamos un viaje astral y conectémonos con nuestro Yo Superior.

Así vamos y venimos, con maletas, con mochilas, con sueños, con esperanzas, con tristezas, para escapar de la existencia real, o simplemente sin llevar nada; sin percatarnos que somos pasajeros involuntarios de la casualidad.

mcarmendelfin@hotmail.com

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