Nora Guerrero
SALMO 103 (104)
(Estimados lector-lectora: Por estos días y los días por venir, ruego a usted su licencia).
“¡Tú extendiste el cielo como un velo!
¡Tú afirmaste sobre el agua los pilares de tu casa, allá en lo alto!
Conviertes las nubes en tu carro; ¡viajas sobre las aguas del viento!
Los vientos son tus mensajeros, y las llamas de fuego, tus servidores.
Pusiste la tierra sobre sus bases para que nunca se mueva de su lugar.
El mar profundo cubría la tierra como si fuera un vestido.
El agua cubría las montañas.
Pero tú la reprendiste, y se fue; huyó de prisa al escuchar tu voz de trueno.
Subiendo a los montes y bajando a los valles,
se fue al lugar que le habías señalado, al límite que le ordenaste no cruzar,
para que no volviera a cubrir la tierra.
Tú envías el agua de los manantiales a los ríos que corren por las montañas.
De esa agua beben los animales salvajes; con ella apagan su sed los asnos del monte.
A la orilla de los ríos anidan las aves del cielo;
¡allí cantan, entre las ramas de los árboles!
Tú eres quien riega los montes desde tu casa, allá en lo alto;
con los torrentes del cielo satisfaces a la tierra.
Haces crecer los pastos para los animales, y las plantas que el hombre cultiva
para sacar su pan de la tierra, el pan que le da fuerzas,
y el vino, que alegra su vida y hace brillar su cara más que el aceite.
Sacian su sed los árboles, los cedros del Líbano que el Señor plantó.
En ellos anidan las aves más pequeñas, y en los pinos viven las cigüeñas.
Los montes altos son para las cabras, y en las peñas se esconden los tejones.
Hiciste la luna para medir el tiempo; el sol sabe cuando debe ocultarse.
Tiendes el manto oscuro de la noche, y entonces salen los animales del bosque.
Los leones rugen por la víctima; piden que Dios les dé su comida .
Pero al salir el sol, se van y se acuestan en sus cuevas.
Entonces sale el hombre a su labor y trabaja hasta la noche.
¡Cuántas cosas has hecho, Señor! Todas las hiciste con sabiduría;
¡la tierra está llena de todo lo que has creado!
Allí está el mar, ancho y extenso, donde abundan incontables animales,
grandes y pequeños (…)
Todos ellos esperan de ti que les des su comida a su tiempo.
Tú les das y ellos recogen; abres la mano, y se llenan de lo mejor;
si escondes tu rostro, se espantan; si les quitas el aliento, mueren;
y vuelven a ser polvo.Pero si envías tu aliento de vida, son creados,
y así renuevas el aspecto de la tierra. (…)
¡Bendeciré al Señor con toda mi alma! ¡Alabado sea el Señor!”
Bibliografía: DIOS HABLA HOY. La Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas (SBU), 1979.
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