LA COMPETENCIA. LOS EFECTOS
Por Akiles Boy *
Las historias se repiten. Los pueblos y los ciudadanos por formación o por genética, dicen algunos sabios, suelen replicar en sus vidas situaciones o vivencias buenas y malas de los ancestros. Hablan del subconsciente y otras cosas raras que pocos entienden. Pero, lo cierto es que en las familias y en las sociedades existen pruebas contundentes, de que eso ocurre y es tan real como el hecho que respiramos. Cavilando en ese punto, se llega al juicio de que la humanidad es reincidente, por alguna disposición o condición, se decanta por mantener prácticas o ideas que defienden y glorifican la hegemonía y la superioridad. En ese mismo sentido, por naturaleza, por cultura o por formación, hombres y mujeres son movidos por el ánimo de la competencia. Se dice, que eso radica en la necesidad más básica de perpetuar la especie, de asegurar la sobrevivencia.
Desde el punto de vista anterior, todas las especies vivas del planeta son competitivas. En el caso de los seres humanos, por lo general, la competencia se asocia o se resume a resortes o sentimientos como el egoísmo y la ambición. Pero, tiene que ver también, y es la cara positiva, con el objetivo de superación personal, de crecimiento, de la defensa racional de una posición o idea, más allá del protagonismo o querer ser el centro de la atención. Lo contrario podría ser el trabajo en equipo, la unión de esfuerzos, alcanzar metas comunes. Es posible competir en cualquier campo o grupo social, con seguridad, con ética y con los valores de la solidaridad y la generosidad. “La sana competencia”. Dicen los que la asumen con esa convicción “El sol sale para todos”
En ese tenor de la competencia, sus bondades, defectos y efectos, hace unos días encontré en la televisión, un programa que muestra el final dramático de la vida del icónico actor norteamericano Steve Mcqueen (Beech Grove, Indiana, EU 1930- Ciudad Juárez, Chihuahua, México 1980), quien fallece víctima de cáncer a los 50 años. De fuerte carácter y personalidad, así lo describen y esa apariencia tenía, el que fuera uno de los actores de su época mejor pagados en el mundo. El protagonista de la primera versión de la inolvidable cinta “Papillon” (1973), expuesto también con sus pasiones y adicciones, emprendió una lucha titánica para curarse de la devastadora enfermedad, cuando ya había invadido buena parte de su cuerpo.
Por prescripción acepta someterse al tratamiento común de la quimioterapia, de la que termina decepcionado al no sentir avances y continuar en situación crítica. Entonces, por recomendación decide intentar un tratamiento alternativo, probado ya por un especialista mexicano, que atendía en una clínica de Ciudad Juárez, Chih. Empecinado hasta su muerte, desafía a la ciencia y médicos norteamericanos y se interna en dicho sanatorio de la ciudad fronteriza, para seguir un procedimiento y ser intervenido. Fue una prolongada cirugía, pero se dijo exitosa y con un pronóstico favorable. Sin embargo, en la madrugada del día siguiente de la operación, su situación se complica y le sobreviene un infarto al miocardio. Su inesperada muerte despierta sospechas, algunos la atribuyen a la peligrosa operación a la que fue sometido. Por otra parte, se divulgó la hipótesis de que estando estabilizado, se le pudo suministrar alguna sustancia que acabo con su vida.
Quedó suspendida la causa real de su muerte, se dejó flotar en el aire, la idea del disgusto que causó Mcqueen, al cuestionar y desdeñar la efectividad de los procedimientos y medicina de la poderosa industria farmacéutica americana, y el desenlace del actor estaría relacionado con una conspiración para desprestigiar a la competencia y sus métodos alternativos. Pareciera la trama de otra película fabricada en Hollywood para el mundo, y nos remite de inmediato al presente que vivimos en medio de la pandemia. Así lo evidencia la competencia o carrera de las farmacéuticas por fabricar y distribuir la vacuna contra el coronavirus. Hasta la próxima.
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.