¡UN SER HUMANO ESCEPCIONAL Y DIGNO DE RECORDAR!
FERNANDO F. CANCELA
En memoria de mi querido primo, Arturo Cancela Viveros a un mes y 12 días de su partida.
Era una noche muy bonita y despejada, de esas calurosas de la Primavera.
En el cielo, la luna y las estrellas nos iluminaban; era sin duda una noche clásica xalapeña.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Domingo 15 de Mayo de 1988. Día de su cumpleaños. Su aniversario 23.
Arturo y yo nos encontrábamos en la “Galería Dalí”, su negocio donde se dedicaban a la reparación y elaboración de cuadros y bastidores; localizada en Clavijero casi frente de la Arena Xalapa, lugar donde, por cierto, eran muy profesionales.
Al calor de las copas, con nuestras voces graves por la bebida, pedíamos una explicación a Dios a través de “Dime”, la hermosa melodía de José Luis Perales; canción que, por cierto, en más de una ocasión, la cantamos con verdadera pasión y entusiasmo.
Nos sentíamos unos verdaderos tenores.
Creo que realmente, nos acoplábamos bien.
La imagen surrealista “Los relojes blandos” de Salvador Dalí que se encontraba suspendida en la pared, nos distraía de vez en cuando, pero no tanto como para perder la letra que seguíamos a través de un casete que Arturo ponía, y cuyo sonido surgía alto y nítido de su radiograbadora negra, que un poco rayada por el uso diario, se encontraba sobre una mesa de trabajo.
En el entrepaño, en un bote, tenía exactos de diferentes tamaños y colores, y en el otro, lápices, plumones, bicolores, marcadores y lapiceros; también tenía varios rollos de casetes dentro de sus estuches brillantes, era muy cuidadoso, limpio y ordenado.
Las canciones de Perales le gustaban mucho, sin embargo, era un sensible conocedor de la música de trova y de las canciones de protesta, siendo su preferida, Casas de Cartón de Ali Primera.
Desde niños, nos llevamos siempre bien; aunque al ser introvertidos, hablábamos poco; éramos de la misma edad, razón por la que teníamos gran afinidad, solo que Arturo era del 15 de Mayo de 1965 y yo del 31 de Diciembre de ese mismo año, es decir que, él, era mayor que yo por 7 meses con 15 días.
Tendríamos entonces unos 6 años.
Nos gustaba observar a la distancia a mi tío Arturo cuando trabajaba mientras platicaba amenamente con mi papá, es decir, Fernando, su hermano mayor. A cierta distancia, Jorge, uno de sus colaboradores, acomodaba el producto de su trabajo. Su factoría se encontraba en su domicilio localizado en la Avenida Miguel Alemán casi esquina con la calle Adalberto Lara Hernández.
En ese tiempo, mi tío Arturo se dedicaba a la elaboración de bolis de sabores, mismos que distribuía en tiendas y dulcerías. Hasta la fecha, tengo ese sabor tan agradable a limón en mi boca; son sabores y momentos difíciles de olvidar, pues se quedaron grabados en mi memoria y en mi corazón.
En el triciclo de Arturo, dábamos vueltas por todo el patio, de repente, entrábamos a toda velocidad por la puerta de la cocina y pasando por el comedor, salíamos por la puerta de la sala de su casa; mientras él conducía, yo lo tomaba de los hombros parado en un estribo ondulado colocado en la parte posterior.
Arturo pedaleaba a toda velocidad, mientras yo lo empujaba con mi pie derecho, es decir que, por momentos, era para mí un triciclo y terminaba convirtiéndose en una especie de Patín del Diablo. El caso es que terminábamos el juego a las risas y muy acalorados y bañados en sudor. Éramos felices a más no poder.
Su mamá, o sea mi tía Ana, por momentos movía los alimentos que tenía sobre la estufa y por momentos arreglaba su casa, es una mujer muy trabajadora, limpia y ordenada, quien realizaba sus labores de una forma muy parecida al de los trabajadores de las embotelladoras de refrescos de esos tiempos, quienes en cajas de madera, intercambiaban agachados con sus manos, cuatro embaces vacíos, por cuatro embaces llenos para entregarlos en las misceláneas; así lo hacía mi tía, quitaba a toda velocidad unos cuatro detalles de su casa de un lugar y los acomodaba rápidamente en otro, mientras que en la cocina, un arroz con camarones riquísimo, se cocía a fuego lento.
El 5 de Septiembre de 1972, Arturo con 7 años cumplidos y yo de 6, sufrimos una pérdida irreparable, a los 53 años de edad, falleció repentinamente en su casa de Xalapa, un ser humano inigualable; nuestro querido abuelito, Fernando Cancela Mora.
Pasado algún tiempo, por X o Y razones, mi tío Arturo decidió llevarlo a vivir con mi abuelita Rosita Aguilar viuda de Cancela en su casa de Clavijero 122.
Teníamos entonces como 10 años, incluso, todavía estudiábamos la primaria, él en la Carlos A. Carrillo y yo en la Luis J. Jiménez, se podría decir que fue la época de la matiné a la que acudíamos con su hermana, es decir, mi prima Elsa y mi hermana Alma Aracely que eran un poco mayores que nosotros.
Seguido asistíamos al “Cine Variedades” ahora convertido en la Plaza Zaragoza.
Cualquier domingo por la mañana, nos encontrábamos bajando las escalinatas del parque Juárez a la altura de la salida del viaducto y desde ahí, podíamos percibir ese imborrable y fuerte olor a palomitas del “Variedades” que invadía nuestros sentidos; parados los cuatro afuera del cine, podíamos observar a través del cristal, una gran cantidad de palomitas amarillas por la mantequilla derretida que exhibían en el mostrador, cuando la función terminaba, teníamos los labios hasta rojos e irritados por la sal de las mismas.
Del “Enmascarado de Plata” no nos perdíamos ninguna, lo mismo vimos la de Santo contra las mujeres vampiras y Santo contra los Zombis, que Santo en el tesoro de Drácula, Santo y Blue Demon contra Drácula y el Hombre Lobo, Santo contra el Cerebro del Mal, El Santo contra las Momias de Guanajuato y Santo el enmascarado de plata contra la invasión de los marcianos; así como Kalimán el hombre increíble y Kalimán en el siniestro mundo de Humanon. Entre otras.
Los tiempos de la secundaria son imborrables; Arturo ingresó un año antes que yo a la “General Sebastián Lerdo de Tejada” mejor conocida como Federal 1, que ahora es, General 1, y que hasta la fecha se encuentra en la Avenida Miguel Alemán esquina con David Ramírez Lavoignet, ahí coincidimos en el turno vespertino en 1980, Él había pasado a segundo grado y yo ingresé al primero.
Fue una época muy divertida pues coincidimos con otro primo hermano en común, Luis Guillermo “Memo” Cancela González, hijo de mi tío José Luis y hermano de mi papá y de mi tío Arturo. Memo y yo habíamos ingresado al primero “A”.
Para entonces, Arturo un poco más extrovertido había consolidado un grupo de amigos que eran a su vez, sus compañeros de clases; con los que convivíamos en los descansos; así fuera en la cafetería o en las áreas deportivas.
Hermosos momentos sin duda fueron los que pasamos en la cafetería donde siempre que nos encontramos compartimos nuestras tortas y refrescos, un lugar donde podíamos escuchar las mejores y más actuales canciones de José José, Roberto Carlos, Camilo Sesto, Juan Gabriel y Lupita Dalessio, quienes se encontraban en boga.
Degustando de nuestros alimentos, lo mismo escuchamos “La Nave del Olvido”, y “El Amor de mi vida”, que “Al Final”, “Buenos días señor sol” y “Mentiras”.
Nos sentábamos en la cafetería como regularmente lo hacíamos en los autobuses del servicio urbano rojos y verdes de esos tiempos, es decir, en bancas largas y angostas y unos frente a otros para escuchar nuestras canciones predilectas.
Ahí salían a relucir infinidad de temas y comentarios de los buenos e inolvidables maestros, catedráticos que sin duda, nos ayudaron en nuestra formación; solo por recordar algunos: Élfego Sánchez Granillo quien impartía Ciencias Sociales y quien además, era el subdirector del turno vespertino, anteriormente había sido alcalde de Xalapa; las licenciadas Pensado y Pelayo de Ciencias Sociales; los maestros Soto de Matemáticas y Música; Dulce de Música; Luis Bello de Ciencias Naturales; José Luis Chena Buill quien impartía Español; Nezahualcóyotl de Matemáticas; Grindelia, Montano y Limón de Educación Física y Yolanda Huerta y Ana María Ceballos de los talleres de Cocina y Taquimecanografía, entre otros insignes y dedicados maestros.
Como olvidar también a quien todos los lunes, durante tres años, marcó a través del Pasó Redoblado con su banda de guerra, a la escolta de bandera nacional, me refiero al maestro Luis; así como nuestros prefectos María de los Ángeles de primer grado, Alfonso de segundo y Porfirio de tercer grado que fueron con quienes más convivimos de 1980 a 1983.
Arturo entonces, se había convirtió en un jugador muy zagas en el Tenis de Mesa que es mejor conocido como Ping Pong, un deporte que practicaba en unas mesas rusticas de concreto a las que les colocaban redes también muy rusticas, incluso, a veces formaban en medio de la mesa una línea horizontal de tabiques rojos como red.
Memo y yo preferíamos jugar al lado de René Romero, Mauro y Alberto, el juego de los hoyos o los hijos, en el que utilizábamos una pelota de esponja, es decir, hacíamos hoyos individuales alineados de manera horizontal en la tierra y nos colocábamos enfrente de ellos a unos 3 metros de distancia.
Cada uno hacía rodar la pelota en el piso hacia el hoyo que, por cierto, era del tamaño de la pelota tratando de embocarla, quien lograba el objetivo, tenía derecho de sacarla del hoyo mientras el resto corría a ponerse a salvo del “pelotazo” que arrojaba el ganador.
Quien recibía “la marca” de la pelota por la espalda, acumulaba una prenda en contra, y a la suma de 3, debía resignarse al “paredón”, donde era fusilado por la espalda por todos los que habíamos participado en el juego, pero si alguno le atinaba en la cabeza al fusilado, debía ser fusilado también.
Fue cuando Arturo se encontraba en tercer grado y Memo y yo en segundo, que decidimos ingresar al Gimnasio de Bomberos que estaba precisamente en la estación de estos; fue una época que realmente nos marcó, y no tan solo en los recuerdos y las emociones, sino en el cuerpo también.
Podría afirmar sin temor a equivocarme que fue la época más feliz de mi querido primo Arturo, quien obtuvo resultados sorprendentes, al grado que permitió ser entrenado, situación que, a él, le costaba sobremanera, y no por indisciplina sino porque adquirir cualquier buen hábito, cuesta mucho trabajo y no tan solo en el Fisicoculturismo, sino en cualquier deporte.
En lo personal, debo decir que el Fisicoculturismo me sirvió como complemento de los entrenamientos que de manera simultánea llevaba en el Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, institución a la que ingresé precisamente en 1980 cuando era dirigida por los extintos comandantes, Enrique Arizmendi Pacheco y José Carlos Cabrera Flores.
Recuerdo que por las mañanas, Arturo colaboraba con mi abuelita Rosita y yo con mi mamá, es decir, Juanita Márquez; ambas se dedicaban a la elaboración de pasteles y dulces como los sabrosos caracoles y los chuzos y empanadas rellenos de crema de leche; que entregábamos por separado en cafeterías de diferentes unidades y facultades de la UV., y la Benemérita Escuela Normal Veracruzana, “Enrique C. Rébsamen”, pero sobre todo, en conocidas dulcerías de Xalapa como la “Luxus”, “Sugus”, “Argentina” y “Maribel”, así como en el establecimiento de “Chiles Xalapeños”.
Algunas veces, Arturo y yo nos encontrábamos en el centro y charlábamos como si hubiera pasado mucho tiempo de no vernos, él caminaba rápido con sus canastas colgadas en los brazos y yo con mis cajas de Aceite Patrona amarradas con una piola de trompo y suspendidas en mis manos. -Al rato nos vemos en la escuela-, decíamos al despedirnos durante cualquier medio día.
En el periodo vacacional, seguíamos nuestra rutina de trabajo diario por las mañanas y por las tardes ayudábamos a mi Abuelita Rosita y a mi prima Elsa en la elaboración de los caracoles.
Mi cansada abuelita Rosita elaboraba a veces hasta 15 kilos de masa; esa sí debería de llamarse “masafina” pues era una masa de hojaldre que tenía que extender en su mesa con un palote 3 o 4 veces, y ya extendida, le untaba una capa de manteca vegetal.
Y tal vez usted piense mi apreciado lector (a), que ahí terminaba todo; no, ese era el principio, pues en la última extendida de masa que mi abuelita daba con el palote en la mesa, era cuando la cortaba en tiras con una espátula de albañil para iniciar la elaboración de los caracoles.
Cada tira cortada, era enrollada en un cono metálico de aluminio y uno a uno, eran acomodados en latas de manteca de cerdo que previamente habían sido abiertas por mitad y doblados sus extremos, es decir, eran las clásicas latas de panadero, a las que le cabían unos 30 caracoles.
La labor de Arturo y la mía, era precisamente válgase la expresión, amasar la masa; a la harina le poníamos agua para poder alcanzar la textura que necesitaba; Arturo tomaba la cuña de albañil y la partía en dos partes proporcionales, es decir, nos tocaba amasar un aproximado de siete kilos y medio cada quien y entonces nos poníamos a competir para ver quien terminaba primero, debo reconocer que algunas veces él me ganaba, y otras veces, yo le ganaba a él; teníamos entonces unos 15 años.
A lo que voy con toda esta historia, es que a todo le encontrábamos el beneficio y actitud positiva ante la vida, pues nuevamente terminábamos como cuando éramos niños, escurriendo en sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja; en cierta manera ya con un poco de malicia, hasta burlándonos del perdedor.
Durante la preparatoria, nos perdimos un poco de vista; él ingresó a la prepa Juárez en el turno vespertino y yo a la Experimental en el matutino, este último bachillerato ya no estaba en el centro como antes, sino en la colonia 21 de Marzo, a una cuadra del rastro municipal.
Solo podía ver a mi primo Arturo los fines de semana para cotorrear, pero debo decir que, si mi primo hubiera sido un monologuista como los que aparecen en ciertos programas de televisión, creo que hubiera sido de los mejores, pues nos mantenía con la boca abierta por media hora hablando de todo un poco y sentíamos como si hubieran pasado cinco minutos, es decir, era realmente estupendo escucharlo.
Se venían tiempos mejores para los dos cuando ambos pudimos colaborar acorde a nuestros tiempos, al lado de mi tío Arturo en la “Finca La Puerta del Cielo” misma que estaba localizada en Mundo Nuevo, municipio de Coatepec, Veracruz; lugar en donde años después, mi padre emprendió en un par de sus hectáreas, una granja de cerdos York y Landrace.
En esa finca cafetalera, éramos desde cortadores hasta vendedores; nos convertimos en mañosos, pues durante la cosecha, tomábamos las varas de los cafetos con las manos y cortábamos el café con todo y hojas deslizando las manos en la vara de arriba hacia abajo, donde que, cuando veíamos, el tenate de palma que nos amarrábamos en la cintura, ya estaba lleno para vaciarlo en el bulto, y mientras que los pobres campesinos cortaban unos 50 kilos todo el día, nosotros dizque cortábamos 70, o sea, 20 kilos más.
El caso es que posteriormente llevábamos todo el café a la compra que se encontraba en El Grande y que anteriormente, habíamos acomodado en la “Fina Estampa”, un rabón motorizado de La Puerta del Cielo, finca que ahora quedó convertida en un hermoso cementerio estilo americano que lleva el mismo nombre… “La Puerta del Cielo”.
Teníamos como 20 años, Arturo comía de todo, sin embargo, sin duda su platillo predilecto eran las tortas y los cuernitos, siendo sus preferidas las de “La Madrileña” “Monroy” y “Pepes”, así como las de “La Naval”, respectivamente, mismas que en ese tiempo, eran las más socorridas.
Y así, nos fuimos distanciando cada vez más, al poco tiempo, el ingresó a la Facultad de Derecho y yo a la Facultad de Medicina; pero con el cariño de siempre nos reuníamos para convivir cada vez que podíamos; las navidades eran de lo mejor; posteriormente, él hizo su vida y yo la mía; se hizo muy aficionado a las caminatas de las cuales, no veía ni hora ni ruta, pues la practicaba en el momento que podía, sin embargo, su ruta preferida fue siempre la carretera vieja a Coatepec.
Algunas veces yo más aficionado al trote, nos encontramos en la misma ruta, ya sea de ida o de regreso, y mientras caminábamos juntos, nos poníamos al tanto de las cosas y los detalles. Fue en una de esas caminatas matutinas que nos pusimos de acuerdo para celebrar el cumpleaños que comente al principio, es decir, su 23 aniversario.
Hace aproximadamente 20 años, decidió ir a colaborar al lado de mi tío Mario del Castillo en la funeraria y cementerio “La Puerta del Cielo” de Puebla.
Arturo y yo nos veíamos ocasionalmente, pero fue el Viernes 3 de Febrero del 2012 que tuvimos un encuentro realmente inesperado, en esa fecha falleció a los 92 años en Xalapa, nuestra querida abuelita Rosita Aguilar; posteriormente, regreso para colaborar en el cementerio “La Puerta del Cielo” de Mundo Nuevo, al lado de mis primos Elsa y Enrique del Castillo.
Últimamente colaboraba en la empresa de su hermano Mauricio Cancela dedicada a la venta de fibra óptica y cuya matriz se encuentra en Puebla.
En Abril de este 2019, recibí una muy lamentable noticia, mi primo Arturo tenía un tumor maligno de 7 centímetros en el Páncreas que amenazaba su vida; y aunque el tumor estaba bien localizado, encapsulado y sin metástasis, no dejaba de ser un terrible Carcinoma en un órgano importante de su cuerpo.
Dicho tumor había sido detectado durante unos estudios que le realizaron para practicarle una Colecistectomía, es decir, la extirpación de la Vesícula Biliar que los médicos del IMSS realizaron de manera brillante en Puebla, sin embargo, mi querido primo al enterarse de su enfermedad cayó en una crisis depresiva de la cual ya no pudo salir.
Estuvo batallando por su vida durante algún tiempo, sin embargo, a la una de la mañana del Domingo 30 de Junio de este 2019, Arturo perdió la batalla contra un Cáncer realmente asintomático, es decir, por fortuna, sin ningún dolor.
Ya muy cansado y debilitado, le pasó como al Callejero del que habla Alberto Cortez en su canción, se quedó dormido y ya no despertó.
Por tanto, es de reconocerse que la gracia de Dios siempre se hizo presente en su vida, y más, porque hizo de él, un hombre muy educado, noble, humilde, respetuoso con sus semejantes y bondadoso en toda la extensión de la palabra.
Que el padre celestial y todopoderoso lo abrace y lo tenga en su santa gloria. Descanse en paz mi querido primo, Arturo Cancela Viveros.
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