PENTECOSTÉS, EL GRAN REGALO DE PASCUA
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Cincuenta días después de la Pascua celebramos en la Iglesia Católica la
solemnidad de PENTECOSTÉS, se trata de la efusión de uno de los dones
más importantes que Cristo dejó a la Iglesia como fruto de su resurrección, el
don del ESPÍRITU SANTO.
Muchas veces, especialmente en sus discursos de despedida, Jesús prometió
el Espíritu Santo. En Pentecostés Jesús cumple esta promesa como lo narra el
libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2, 1-11). San Juan evangelista, por
su parte, coloca el envío del Espíritu Santo la misma tarde del día de Pascua
(Jn 20, 19-23), para darnos a entender que el Espíritu Santo es el don más
importante de Cristo Resucitado.
El libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2, 1-11) narra el acontecimiento
de Pentecostés de una manera extraordinaria; el relato está lleno de signos
bíblicos del Antiguo Testamento que aparecen en las teofanías: los truenos, el
ruido que viene del cielo, la ráfaga de viento, el viento huracanado, las lenguas
de fuego. Todas estas expresiones hacen referencia a alguna manifestación
divina. La mención de San Lucas que en Pentecostés estaban presentes
muchas personas provenientes de una gran variedad de pueblos, recuerda la
profecía de Joel que dice: “Enviaré mi espíritu sobre toda carne” (Joel 2, 28).
Se necesita además subrayar la conexión de Pentecostés con el episodio de la
Torre de Babel en Gn 11. Los pueblos por presunción y alejamiento de Dios
estaban divididos, dispersos y no se comprendían más. Había una gran
confusión. En el caso de Pentecostés, bajo la acción del Espíritu Santo, se
favorece la unidad de la familia humana. El Espíritu Santo es la fuerza divina
capaz de unir a los diferentes pueblos en una sola familia, es la fuente de
unidad y de comunicación.
El Espíritu Santo es el gran regalo que Cristo Resucitado ofrece a la Iglesia, es
fuente de transformación, hace posible una nueva creación, es principio de
purificación y es el alma de la misión de la Iglesia. Estos elementos los
encontramos en la visión que el evangelista San Juan nos dice en Jn 20, 19-23.
EL REGALO DE PASCUA. San Juan nos presenta al Espíritu Santo como el
gran don ofrecido a la Iglesia el mismo día de la Resurrección de Cristo. Por
eso menciona que Jesús entregó el Espíritu la tarde del primer día de pascua.
Luego de soplar sobre ellos, les dijo “reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). El
Espíritu Santo es el gran don de Cristo resucitado a la comunidad cristiana.
LA TRANSFORMACIÓN. Antes de la aparición de Cristo resucitado, los
discípulos están encerrados y llenos de miedo dentro de una habitación, pero
una vez que Cristo se les aparece, ellos se llenan de una gran alegría (Jn 20,
20). Se trata de la misma alegría que caracterizó a María Santísima, porque
ella estaba llena del Espíritu Santo. Es la alegría de Zaqueo por encontrarse
con Cristo. El Espíritu Santo siempre transforma a las personas.
EL SOPLO DIVINO. Dice el evangelio que luego de darles el saludo de la Paz,
Jesús sopló sobre ellos (Jn 20, 22). Esta imagen recuerda las primeras páginas
de la Biblia, cuando Dios hace una figura de barro, sopla sobre ella y surge el
primer ser humano (Gn 2,7). El soplo divino hace que el hombre viva, gracias al
soplo de Dios, es como surge el ser humano. Ahora bien, con la resurrección
de Cristo y el don del Espíritu Santo, se lleva a cabo una nueva creación.
Cristo y el Espíritu Santo hacen nuevas todas las cosas.
EL ESPÍRITU SANTO COMO PRINCIPIO DE PURIFICACIÓN. Al entregar el
Espíritu Santo, Jesús habla del perdón de los pecados (Jn 20, 23). Este es otro
regalo de la resurrección de Cristo. El Espíritu Santo es fuente de purificación.
Gracias a la acción del Espíritu Santo la iglesia puede administrar el perdón de
los pecados. El Espíritu santo nos purifica y nos hace santos delante de Dios.
LA MISIÓN DE LA IGLESIA. La comunidad cristiana es consciente de que la
misión de hacer presente a Cristo en el mundo, no puede ser posible sin la
ayuda del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el alma de la misión de la Iglesia.
Sin el Espíritu Santo no sería posible llevar a cabo la evangelización. Así como
el Padre ha enviado a Cristo al mundo para mostrarnos el rostro de Dios, de
igual manera la Iglesia está llamada a hacer presente el rostro de Cristo.
“Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (Jn 20, 21).
Que la efusión del Espíritu Santo nos renueve a todos los bautizados, que nos
impulse a la misión y haga de nosotros nuevas criaturas agradables a Dios.