Mónica Mendoza Madrigal
LaAgendaDeLasMujeres
En 2021 estaban tan recientemente aprobadas las nuevas disposiciones en materia de paridad, que los partidos realmente hicieron la integración de sus listas sobre las rodillas, rellenando el 50 por ciento de las mujeres con una indigna “pepena” bajo la ya conocida cantaleta de “no hay mujeres”, que les llevó a nuevamente desconocer trayectorias y militancias, postulando a las que se pudo, que desde luego no tenían ni posibilidades de triunfo porque, o carecían de liderazgo efectivo o de posicionamiento mediático.
Con 12 meses de distancia y la clara evidencia de que no hay vuelta atrás en una paridad que no acaba de gustarle a los partidos, 2022 llegó con seis candidaturas a gubernaturas en las que participaron 13 mujeres y 12 hombres, y de las que dos de ellas obtuvieron el triunfo: una en Aguascalientes y otra en Quintana Roo, estados que por primera vez serán gobernados por una mujer y que se suman a Campeche, Tlaxcala, Baja California, Colima, Guerrero y Chihuahua, cuyos triunfos se obtuvieron en 2021 y se adicionan a la de la Ciudad de México, que fue electa en 2018, sumando al día de hoy nueve mujeres al frente de sus entidades federativas, siete por Morena y dos por el PAN.
Ellas han logrado en solo cuatro años superar la cifra histórica de mujeres con cargos unipersonales al frente de gubernaturas estatales, lista encabezada por Griselda Álvarez y seguida por Beatriz Paredes, Dulce María Sauri, Amalia García, Ivonne Ortega y Claudia Pavlovich.
De todas las entidades en que se disputaron los titulares del Ejecutivo, el caso de Aguascalientes representó un laboratorio político que sienta un significativo precedente: puras mujeres candidatas en esa entidad, pequeña en tamaño pero vasta en influencia estratégica y económica por la industria que ahí se concentra, y que fue el escenario para que las candidatas y sus consultores “enseñaran el cobre”, saliendo al proceso con estrategias de lodo y denostación que obligan a pensar que si es para ponerse el pie y tirarse al lodo, no hay ninguna diferencia entre una mujer candidata y un hombre candidato, pues éstas resultaron exactamente iguales a los otros, al menos en la manera de comunicar.
Y es que ahí, las candidatas de la guerra sucia más que un tache, incurrieron en delitos, como lo dejó demostrado el que la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales abriera un proceso penal en contra de la candidata que se dijo “feminista” por la Violencia Política que ejerció en contra de otra candidata, lo que lleva a preguntarnos: ¿qué necesidad? ¡Qué manera tan innecesaria de quemarse!
Esta situación nos obliga a plantearnos la urgente necesidad de contar con un padrón de consultores políticos generadores de violencia política, los cuales deban asumir el costo de seguir contribuyendo con la guerra de denuestos que en muy buena medida ha alejado cada vez más a la ciudadanía de la política.
La gente está harta de los conflictos y estos personajes cobran –y mucho– por campañas negras, sucias, violentas, sin ningún constructo, como la inútil idea de mostrar a una buena candidata portando unos guantes de box cuando era la única enfrentando a hombres en una entidad machista, alusión que no generaba ningún diferenciador sustancial respecto de la oferta por los otros presentada.
En este rubro es indispensable dejar claro que las estrategias de comunicación de las campañas no están despertando ni el interés ni el entusiasmo de un electorado que no alcanza a percibir la razón del beneficio entre la oferta de un aspirante y otra, pues en la narrativa no alcanza a distinguirse qué hay más allá del contraste. ¿Qué ofrecen los partidos con sus candidaturas, más allá de la obviedad de que no son los otros? Lo que es evidente es que no hay nada.
Nadie ofreció algo atractivo para un electorado que simplemente no salió a votar, enviando un mensaje cuya interpretación oscila entre la apatía y la desafección política, comportamiento este último que evidencia la convicción plena de que ninguna opción le convence y como acto político, se rechaza la oferta no emitiendo el sufragio en favor de ninguno.
Ahí el mensaje es claro: más allá de los falsos triunfalismos, ningún partido político convence y ni los ganadores equipararon sus propias cifras de procesos de hace un año o hace dos, ni la oposición mostró ningún avance efectivo y lo que demuestra es que se aferra a la mera sobrevivencia.
Así que la frase de que “hay tiro” respecto del enfrentamiento que se avizora entre el partido oficial y la oposición, lo que pone en evidencia es su misoginia intrínseca y su contribución a la violencia; que son insostenibles en una realidad de vida que transcurre paralela al carril en que ellos se mueven y que exactamente por eso es que tuvo los resultados que conocemos.
Con cifras tremendas por el alto nivel de abstencionismo: Aguascalientes 54 por ciento, Durango 49 por ciento, Hidalgo 59 por ciento, Tamaulipas 46 por ciento y Quintana Roo 59 por ciento, mientras que Oaxaca fue el estado con menor participación ciudadana con un 62 por ciento de abstención. Una se pregunta, ¿de qué triunfo hablan los partidos, cuando claramente aquí el que ganó fue otro? ¿Con qué legitimidad gobernarán, cuando las minorías son las que les dieron el triunfo?
En 2022 los partidos no crecieron más allá de sus márgenes de certeza mínima por lo que deben, con urgencia, cambiar la narrativa y la oferta: dejar de postular a los mismos de siempre –hombres o mujeres– que siguen reproduciendo las formas tradicionales, cada vez más vetustas.
Las candidaturas de personajes reciclados dan cabal cuenta de que los grupos políticos que mandan en los partidos no tienen una identificación ideológica, como queda de manifiesto con el hecho de que los cuatro candidatos con los que ganó Morena militaron antes en el PRI entre 16 y 35 años, y que con lo que van a campaña y ganan es con estructuras patriarcales de los señores dueños de las plazas, ya sean del crimen organizado o de la más rancia clase política, situación que revela los pactos que están dispuestos a sostener, con tal de retener o alcanzar el poder.
Que nadie se llame diferente, porque esta película ya la vimos antes y ya sabemos cómo es que termina.
La ruta a seguir es clara: si gobernar es comunicar, tienen que comunicar cada acción de gobierno para intentar despertar el interés de una ciudadanía a la que es clarísimo que le vale por completo todo aquello de la cosa pública. Pero “aguas”, porque si bien es cierto que lo que más engancha al público son los “culebrones” tipo Johnny Deep o Belinda, el que la clase política continúe con la pauperización de sus abordajes solo seguirá ampliando una distancia que puede llegar a ser infranqueable.
Si hoy hay quien gana con un escaso porcentaje de la población votante, ¿qué pasaría si ese porcentaje es menor al 10 por ciento? Cuidado, porque esa tendencia podría no estar lejana.
Es imperativo exigir a los partidos que inviertan en la formación de liderazgos de las mujeres que militan en éstos. La prerrogativa pública para ese efecto es costumbre que termine siendo, en el mejor de los casos, destinada a los cursos de maquillaje para “el empoderamiento”, pero que no hacen que despunten los saberes objetivos que sí les sirven a las mujeres a la hora de ir a campaña.
Y es indispensable voltear a mirar otros rostros y potenciarlos. Las y los mismos de siempre ya tuvieron sus oportunidades en otro tiempo. Hoy los nuevos liderazgos deben ser la apuesta al cambio ante una clara realidad que ha mandado sus señales, que no son de humo, sino de votos.