Otis pegó hasta acá
Jesús J. Castañeda Nevárez
Hay situaciones que vemos en las noticias; tragedias que ocurren lejos y su mayor acercamiento es la pantalla de nuestro celular o la televisión; el dolor y la desesperación de las personas lo máximo que logran arrancar en nosotros es una expresión de “pobre gente”. Pero creemos que nunca nos va a suceder cerca y mucho menos nos va a suceder a nosotros.
Algunos eventos de la naturaleza ya han ocasionado serios daños en regiones y ciudades de nuestro país, causando pérdidas materiales incuantificables y tristemente también pérdidas humanas.
Y son eventos que ocurren cada año en mayor o menor magnitud, lo que hace suponer que ya estamos acostumbrados y también preparados; como que ya sabemos que hacer en determinadas circunstancias y por lo tanto, casi estamos listos para lo que venga. Lo mismo se supone que sucede con los actores del gobierno, salvo que sean nuevos y por lo tanto inexpertos y que al llegar hicieron despido de las personas que sabían hacer su trabajo y pusieron a sus cuates, con 90% de lealtad y 10% de experiencia.
Algo así debe haber pasado en el Estado de Guerrero, donde la noche del pasado martes 24 y primeras horas del miércoles 25 azotó el huracán Otis categoría 5 con vientos superiores a los 300 kmh., tomando por sorpresa a toda la población de Acapulco, que no se lo esperaban porque la autoridad responsable no les dijo nada; dicen que creció de categoría 2 a 5 en el lapso de 4 horas y por eso no pudieron hacer nada.
El daño ya está hecho; la ciudad está destrozada; la estructura hotelera afectada en un 80% y la población local y de turistas gravemente golpeada.
La diferencia de éste grave y terrible huracán es que, precisamente dos horas antes, mi hijo menor y su señora madre arribaron a un hotel en la zona costera de Acapulco. Y es precisamente a las 10:59 pm del martes 24 la última comunicación con mi hijo.
Han pasado muchas horas de angustia y temor ante tanto silencio, que incluye a la nula respuesta de las autoridades responsables; y cuando he logrado que me contesten el teléfono, no saben nada, no resuelven nada, sólo te escuchan y te dan información que ya todos sabemos.
Sólo me queda doblar mis rodillas y pedir la ayuda de Dios, confiando que mi hijo y su mamá están bien y que pronto sabremos de ellos.
Y como se dice coloquialmente: “A Dios rogando y con el mazo dando”, voy camino a Acapulco a iniciar la búsqueda y de paso, ver en que puedo ayudar.
Bendiciones para todos. Nos vemos pronto.