Salvador Muñoz
“¡Odio a los racistas y a los pinches negros!” era el chiste de un amigo que englobaba de un solo golpe la discriminación y la doble moral de la gente.
Soy un hombre lleno de odios… creo que desde que conduzco carro mi odio aumentó… odio a la gente que no se cruza en las esquinas; odio al tipo que invade mi carril por ir checando su celular… odio al imbécil que me pone a adivinar si dará vuelta o no porque no sabe para qué demonios son las direccionales… odio al taxista que con una indiferencia increíble, suelta por la ventanilla la basura…
Mis odios van más allá: odio llegar tarde a una cita pero más odio que lleguen tarde a la cita…
odio al instructor de perros que golpea con la cadena al can porque no obedece la indicación…
Odio a quien maltrata a un animal, sea niño, adulto o anciano…
Odio una derrota del América…
Odio que me den explicaciones cuando sólo espero un Sí o un No…
Odio los pinches baches…
Mi lista de Odios pudiera hacerse eterna, pero si hay algo que odio con odio jarocho, es encontrarme con un idiota.
El idiota no tiene nacionalidad, no tiene raza, no tiene idioma, no tiene edad, género, sexo… y lo acepto, en un momento dado uno puede tener sus quince minutos de idiota por un arranque de insensatez, de enojo, de frustración… yo he sido Idiota en varias ocasiones y es seguro que usted o alguien que conozca, haya tenido un episodio similar… está en nuestra naturaleza permitirnos serlo… lo terrible es cuando nos estancamos y nos aferramos a una Idiotez.
Cuento esto por el episodio que se vivió en El Paso, Texas, donde un sujeto disparó contra un grupo de personas en un “Mall”; sus víctimas, la mayor parte mexicanas. Se habla de un manifiesto donde Patrick Crusius, joven de 21 años, justifica su violencia porque “simplemente estoy defendiendo a mi país de una sustitución cultural y étnica provocada por una invasión”.
Esta tragedia se bifurcó en medios:
Por un lado, hubo quienes dirigieron sus comentarios al Discurso de Odio del presidente Donald Trump contra la población migrante, en especial, la que llega por su frontera Sur.
Y por otro lado, la facilidad con la que pueden adquirir un arma amparados por el derecho que les da su Constitución.
Ambos puntos creo que están llenos de razón… pero no son nuevos. Discursos de Odio hemos tenido a lo largo de la historia y en diferentes escenarios. La segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, si no mal recuerdo, otorga el derecho a sus ciudadanos a portar un arma para su defensa… y creo que es “cualquier arma”, por eso, pueden adquirir un rifle de asalto…
Acá en México, al parecer, las redes sociales son usadas como receptores de diversos sentimientos, entre ellos el del odio. En ellas he encontrado la advertencia de que el Presidente, no Trump, sino López Obrador, hace uso del discurso de odio… arremete contra medios y periodistas, contra la clase media y la alta, contra los empresarios, contra los fifís, etcétera.
Las arengas del Pejedente, nos queda claro, buscan frenar a la oposición, a esa oposición a su discurso, a sus métodos, a su política, a sus decisiones. ¿Válido? ¡Claro! Todos los presidentes de un modo u otro, intentan imponer su estilo de Gobernar y hacer política durante su mandato y de cierto modo, la oposición, sea en la Cámara Alta y/o Baja le da legitimidad a su actuación, al ejercer la libertad de expresión, pero sobre todo, llegar al diálogo y si es posible, al acuerdo.
Sin embargo, a lo que veo en el ejercicio del poder de López Obrador en estos ocho meses de su Cuarta Transformación, es que sus acciones y discursos o arengas, lejos de fomentar la democracia con una oposición que genere el equilibrio de poderes, puede llevar a sus críticos a generar otro papel en su actuación: pasar de ser oposición a ser resistencia, y si a eso se llega, la democracia se ha perdido y en una de ésas, todo ese discurso de odio que se viene sembrando, puede tener frutos, y no jugosos como puede uno suponer…
El consuelo de tontos que me queda, es saber que no hay un idiota en la calle disparando a diestra y siniestra contra la gente, aunque en hechos aislados, un tipo golpea a una comunicadora al discutir por sus perros y un sujeto pierde el ojo por pelear un espacio en el aparcamiento… el odio está latente de distintas formas, no se necesita ser racista para que explote de un modo u otro.
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