LAS HOJAS MUERTAS
Maricarmen Delfín Delgado
Siempre relacionamos al otoño con la caída de las hojas, lo culpamos por dejar las ramas desnudas y al árbol entristecido, sin embargo, éstas ya han cumplido su misión, cuando fueron verdes le proporcionaron oxígeno, realizaron la fotosíntesis, transformaron el bióxido de carbono en materias orgánicas, sostuvieron la vitalidad de su poseedor.
No están muertas, su tejido es fuente importante de materia orgánica ya que los árboles absorben minerales y nutrientes que llegan hasta los ápices, quedan ahí almacenados para cumplir la siguiente misión en esta segunda etapa, se convierten en abono, en cálido tapete, en ropaje de nido, al descomponerse aumentan la fertilidad del suelo y retienen la humedad.
El acolchado de hojas trituradas protege a las plantas, cobija a los animales benéficos como lombrices y escarabajos alrededor de ellas, al desintegrase proporciona nutrientes a las raíces. Las hojas que se recogen en otoño se guardan en bolsas porosas que se colocan en los lugares más fríos y húmedos de la casa, así tendremos un calefactor natural.
No olvidemos el poder de las plantas medicinales, su esencia invade el agua caliente para convidarnos de su poder, los tés se hacen regularmente con hojas secas de diferentes especies, las hay para curar casi todos los problemas de salud, o por lo menos, atenuar el sufrimiento ya sea físico o del alma. Recordemos que México es un país con un conocimiento herbolario ancestral, los habitantes originarios nos heredaron esta sabiduría adquirida cientos de años antes de la invasión española, por fortuna, la herbolaria sobrevivió hasta nuestros días y es una valiosa fuente de salud.
Las hojas de yerbabuena o menta ayudan a los padecimientos de los aparatos digestivo y respiratorio, combaten infecciones, desinflaman y calman el dolor. La hoja de toronjil tiene efecto sedativo, tranquilizante y antibacterial; las de frambuesa sirven para disminuir la diarrea y la fiebre; la tila contiene en sus hojas un poderoso sedante, se utiliza para calmar la ansiedad y el estrés. Las hojas de escutelaria son un tesoro de la naturaleza: sedante, antialérgico, antibiótico, desinflamante, ayuda a la buena circulación, controla la diabetes, nutre la piel. No olvidemos a las hojas de naranjo, de yerba maestra, de acuyo, de níspero, por citar sólo algunas entre miles.
Las hojas secas en la cocina son un elemento indispensable para la preparación de platillos tradicionales en nuestro país, qué sería de un chilatole o caldo de pescado sin la hoja santa y el epazote, las vinagretas estarían tristes sin su toque de tomillo, orégano y laurel; el cilantro y la yerbabuena nadan placenteras en el consomé y el puchero; el perejil anima a las sopas y el aguacate transmite su esencia a través de sus hojas a la rica barbacoa y a las gorditas de frijol.
Al llegar el otoño las hojas secas caen como lluvia vegetal, cubren el piso con la alfombra de hojarasca que al acumularse debe recogerse para evitar obstrucciones de agua, basura y algún tropezón, tarea que ocasiona trabajo extra pero bien vale pena ya que con ellas podemos elaborar diversas manualidades estéticas como paisajes, arreglos de naturaleza muerta, guirnaldas, flores artificiales, etcétera.
Son tema de canciones y poemas de amor, también de cantos infantiles. El poeta francés Jacques Prévers las hizo famosas en su canción Las hojas muertas:
“Las hojas muertas se nos agarran a la piel, ya lo ves no he olvidado nada, las hojas muertas se amontonan por las calles como las penas y los recuerdos.”
Gustavo Adolfo Bécquer en su narrativa Las hojas secas, entabla un diálogo entre dos de ellas que se preguntan cuál será su destino:
“…¿De dónde vienes, hermana? -Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas, nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú? -Yo he seguido algún tiempo la corriente del río hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla. -¿Y adónde vas? -No lo sé. ¿Lo sabe acaso el viento que me empuja?…”