Los huertos son semilleros de extraordinarias historias de vida, de lucha y supervivencia, y la cooperativa de producción de setas Huerteras Urbanas, son un ejemplo xalapeño e inspirador.
Se trata de nueve mujeres, la mayoría jubiladas o pensionadas, quienes se unieron para compartir sus saberes, aprender, colaborar, apoyarse mutuamente y, en la mayoría de los casos, hacer lo que siempre quisieron hacer. Hoy, estas guerreras ya no tienen miedo de disfrutar, triunfar, vivir y comenzar de nuevo.
Todo inició en un taller de producción de hongos comestibles del Sistema Municipal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), algunas ya se conocían, pero terminaron de aliarse durante los meses que duró el curso impartido por el encargado del Proyecto Integrador de Producción de Alimentos de la Unidad de Desarrollo de Capacidades, Víctor Hugo Palacios Maldonado.
Posteriormente conformaron una Cooperativa y acudieron a la Dirección de Desarrollo Económico, donde se les capacitó en distintas áreas y recientemente se registraron ante el Sistema de Administración Tributaria (SAT).
En la Cooperativa todo se hace en común acuerdo y las cargas de trabajo son equitativas, producen setas y hongos Shitake, y con las plantas que cultivan fabrican limpiadores naturales, aceites, cremas, repelentes y fertilizantes.
Además, diseñan y construyen huertos a domicilio. Pero también secan tallos de hongos y hacen sazonadores, ellas recomiendan el italiano. Todo el tiempo están ideando productos nuevos.
Cada quien hace lo que le gusta y despliega las habilidades que posee y ha adquirido con el paso de las décadas, pero además, las Huerteras Urbanas todos los días se esfuerzan para seguir aprendiendo técnicas nuevas de cultivo, de extracción, formas de hacer más productivas sus hortalizas, crear sustratos y abonos para sus plantas… todas tienen una historia que contar.
PAULA
A unas cuadras del parque lineal Sedeño-Quetzalapa se encuentra el local de Huerteras Urbanas, en el fraccionamiento Lucas Martín, que es la casa de la señora Paula Ramírez Rodríguez, ejemplo ciudadano y prueba de que reciclar y no generar residuos es posible. Es más, dicen en broma sus compañeras, “luego tiene que ir, literalmente, a buscar basura para reciclar, porque ella no tiene”.
Paula tiene 65 años, no tuvo hijos, trabajó casi dos décadas en un banco, la sucursal cerró, la liquidaron, y decidió viajar para sacudirse “el encierro del trabajo”. Luego buscó y encontró su pasión: sembrar.
Comenzó haciendo tinturas, luego tomó talleres para producir pomadas, champú, cremas y jarabes, pero necesitaba las plantas, así comenzó la aventura: se integró a varios grupos como la Red de Agricultura Urbana y Periurbana o los Custodios del Bosque de Niebla. Poco a poco conoció a quienes pronto serían sus amigas y más adelante, socias.
“Luego, nos reencontramos en el taller de hongos, y pues cada quien salió con su bote. Lo trajimos aquí y empezamos a conseguir las tablas, la madera y las cosas que se requerían. Con nuestras propias manos comenzamos a acondicionar donde íbamos a sembrar las setas, todo chueco, pero lo hicimos nosotras, luego mejoramos”.
Habla del lugar donde producen setas, que ahora cuenta con un sistema artesanal de humidificación construido por ellas mismas, y donde tienen más de 30 botes de los que brotan grises, blancas y rosadas setas flamingo, además de hongos Shitake. Las 24 horas les ponen música, para que crezcan mejor.
OLIVIA
Olivia Sánchez Guzmán es originaria de Tuxpan, recuerda con nostalgia su infancia en el campo, sus recuerdos más bellos tienen que ver “con sembrar, sembrar y sembrar”, pero la tragedia llegó: se quedó sin tierra, sin casa, sin nada. Y ya casada, las dificultades no cesaron, hasta que llegó a Xalapa, y a sus 55 años, dice, por fin encontró paz, tierra dónde sembrar y un lugar dónde florecer.
Un día encontró información sobre un taller de huertos cerca del río Sedeño, en el fraccionamiento Lucas Martín, donde su esposo compró una casa, y lo que encontró, la conmovió: personas ocupadas en crear conciencia ambiental, en cambiar la situación, pero sobre todo, que siembran y cosechan.
“Ahí conocí a las compañeras, me invitaron a la Red de Agricultura, a recorridos por zonas protegidas para crear comunidad y motivar a la gente para que siga cultivando”.
A Olivia se le llenan los ojos de lágrimas, recuerda el camino difícil que recorrió para llegar aquí, donde dice, fueron bendecidos con una tierra hermosa. “Yo nunca trabajé, quise estudiar agronomía pero ya no lo hice, me casé, pero seguí siempre con el interés”.
Cuando está en el huerto “el tiempo se va a quién sabe dónde, ni se siente”; y aunque acepta que le ha costado mucho el trabajo cooperativista, “hay un momento en que ya una se va sincronizando, y no lo veo como un trabajo, porque se hace desde acá, del corazón, es un disfrute, una oportunidad para hacer lo que siempre desee hacer”.
EMILIA
Emilia Rodríguez Lucero encontró en México un hogar. Llegó a Veracruz en los años 80 en calidad de refugiada debido a la situación de violencia que imperaba en Guatemala, su país de origen. En los 90 se naturalizó mexicana. Cuenta que uno de sus sueños de niña era estudiar agronomía, sus padres no la dejaron. Se dedicó a la docencia.
Llegó a Lucas Martín por la Red de Custodios del Río Sedeño, allí conoció a Paula y a sus hermanas. Ha tomado talleres y cursos de todo tipo, y por su amplio conocimiento sobre procesos de la tierra, plantas, propiedades, plagas, usos, así como su catálogo de tecnicismos, pareciera que se está hablando con una agrónoma.
Dice que la Cooperativa les ha enseñado que hay que volver a educarse, que las decisiones se toman entre todos, y se respetan. “Hacemos asambleas, reuniones alrededor de la mesa, no deja de haber discusiones, es el estira y afloja, se trata de usar argumentos para convencer al otro, no imponer, conciliar”.
GUADALUPE
Para la señora Guadalupe Borja Aguilera, de 54 años, maestra jubilada con 32 años en la docencia, las Huerteras Urbanas representa el motivo para seguir adelante, porque afirma que el entusiasmo de sus compañeras la impulsa a concretar sus proyectos personales.
Tiene un huerto de traspatio, y confiesa que desde pequeña las plantas han sido su pasión: “Tengo una gran admiración por las de sombra y las flores, mi abuelita fue la que me inculcó este amor, ella tenía su huerto y cada vez que compraba una planta le quitaba un pedacito y la sembraba en mi jardín. Ya después compraba una para ella y una para mí”.
Así fue formando su amor por la tierra y sus maravillas. Ahora, en las Huerteras Urbanas ve el momento ideal para desarrollar todo su potencial. Por lo pronto desea mejorar la capacidad de producción de la Cooperativa.
SANDRA
Sandra Sánchez Moreno es la más joven, tiene 37 años, es bióloga y madre. Emilia y Paula la invitaron, se conocieron en un curso de camas capilares del programa Siembra UV. Ya tenía tiempo queriendo integrarse a un grupo interesado en huertos urbanos: “No dudé en aceptar”.
Ella reconoce las políticas públicas que en la materia impulsa el Gobierno Municipal: “Era necesario y además la tierra ya lo pide”. Quedarse sin empleo fue lo mejor que le pasó, salió de su zona de confort y ahora hace, como todas, lo que siempre quiso.
“Además a mí me gusta trabajar con niños, platicar con ellos sobre el ambiente, plantas, polinización, me encanta, y ellos lo necesitan, saber de la relación que tenemos con la naturaleza”, por lo que también, en Huerteras Urbanas, impulsan talleres de educación ambiental.
Por último, dice que el modelo cooperativista de negocio no es fácil porque no se busca el lucro, sino mejorar la calidad de vida de todos sus integrantes: “No ha sido difícil porque todas estamos conectadas con lo que queremos, sabemos nuestras cualidades y áreas de oportunidad, y sobre eso repartimos nuestras cargas de trabajo. Somos un equipo, nos queremos, nos apoyamos”, son Huerteras Urbanas.